…
- ¿Y no te has planteado papi, que a lo mejor el relato no
es tu género?
-Vale que no pueda escribir, como me gustaría, novelones de
quinientas y pico páginas… ¿Pero tampoco relatos?
- Podías escribir más corto.
- Esquelas funerarias, por ejemplo.- Los diálogos no se te dan mal.
- Eso no es escribir.
- Un diálogo bien construido puede definir muy bien una situación o a un personaje. Yo me siento muy identificada con la manera en que aparezco.
-Tú eres mi hija y me importa un bledo si te sientes identificada o no. Yo quiero escribir en largo, inventar historias que aparentemente hablen de mí pero sin ser yo, con personajes como el escritor desconocido y la cajera de supermercado que me sirvan para que pueda irme por los cerros de Úbeda cuando se me antoje, haciendo todas las digresiones que me dé la gana, sin someterme a ninguna regla. Y además odio estar poniendo guiones cada vez que habla alguien.
- Es lo que estás haciendo ahora.
-Porque no tengo más remedio. No sé por dónde salir.
Mentira, sí sé por dónde salir. Con una digresión donde
hablaría de que mi incapacidad para escribir un novelón de quinientas y pico
páginas se debe a que no creo que a estas alturas de la Historia se puedan
contar historias. Para que haya una historia que contar tiene que haber un
tiempo lineal y un mundo estructurado. Un tiempo inocente y antiguo. Un tiempo
teológico. Pero estamos a comienzos del siglo XXI. El tiempo se ha hecho
relativo, los dioses nos abandonaron hace tiempo y el mundo cada vez es más incomprensible.
¿Qué sentido tiene darle sentido a un mundo que no tiene sentido? ¿Qué sentido
tiene otorgar solidez y seguridad a un mundo inconsistente, regido por el
principio de incompletitud? Contar una historia es ponerle una cara ficticia y
un nombre falso al caos. Somos piezas de un rompecabezas a la búsqueda de un
modelo que no existe. Imposibilitados para la certeza, nos movemos en las
arenas permanentes de la duda, convirtiendo cualquier movimiento en un espasmo,
cualquier avance en una convulsión que no hace otra cosa que hundirnos más.
Sólo desde la inocencia más absoluta o desde el más absoluto
de los cinismos se puede contar hoy una historia. Sólo desde el analfabetismo
cultural de un público infantilizado es posible tragarse una historia repetida
hasta la saciedad y contada siempre de la misma manera, como cuando niños nos
contaban el mismo cuento para que nos durmiéramos.Historias mágico-medievales, intrigas femenino-policiales, amores orientales, catedrales a mares, vientos ancestrales, ficciones espaciales…
- Como coartada no está mal.
- No entiendo.- Pues está muy claro. Por un lado, desprecias los vanguardismos experimentales y por otro lado, te mueres de envidia porque el escritor desconocido sí puede escribir novelones de quinientas y pico páginas y tú no y, como es así, porque es así, te montas la coartada intelectual de un mundo caótico donde contar historias es imposible.
-¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro?
-Tú. Me estás convirtiendo en tu excusa preferida para escribir otro relato más sin historia. Deberías estarme muy agradecido.
- Muchas gracias.
- Papi, me voy a llevar “El arte de amar” de Fromm. “El malestar en la cultura” te lo dejo en exclusiva para ti.
- Llévatelo también, te lo regalo. Y a ver si, a cambio, algún día me regalas un libro que me diga cómo contar historias. A lo mejor aprendo algo.
- Lo dudo. Tú no quieres aprender a contar nada. Te sientes muy bien así, haciendo como que te quejas e inventándote una relación de amor-odio con el escritor desconocido.
- Muy sicoanalista te veo yo a ti.
- Mi dinero me cuesta. Yo también tengo derecho a resolver mi relación de amor-odio contigo.
- ¿Y desde cuándo tienes una relación de amor-odio conmigo? Me acabo de enterar…
1 comentario:
Un dialogo estupendo entre los dos.
Publicar un comentario