La ignorancia es un lujo
que sólo los ricos pueden permitirse. Es más, es un lujo necesario para no ver
la cruda realidad. De verla, se correría el peligro de sentirla y entonces es
posible que tomaran conciencia y no pudieran beber champán impunemente. Para
los pobres, sin embargo, la ignorancia es una condena que los encadena para
siempre a la sumisión.
La crisis cumple la
función esencial de desvelamiento. No es posible vivir con una minoría
depredadora y una mayoría empobrecida y desahuciada. Se produce entonces, como
antesala de la explosión, un cambio en el imaginario social. De la imitación
hortera y bobalicona de peluquería de barrio, con su prensa rosa, se pasa a los
símbolos por excelencia de la reparación social: la guillotina y la barricada.
Una de las consecuencias
urbanísticas que trajo la revolución francesa fue convertir en amplios
bulevares las estrechas calles donde el pueblo colocaba todos sus muebles y
enseres impidiendo el paso de las fuerzas represoras. Hoy es muy fácil desplegar
tanques en las calles. Sin embargo resulta imposible reprimir las velocísimos
avenidas de Internet por donde circulan libremente todas las informaciones que
constituyen una prodigiosa barricada frente a la información uniforme del poder.
De la guillotina
empezamos a ver sus benéficos resultados en la persona de la ciudadana doña
Cristina sometida al interrogatorio exhaustivo de un juez. La ciudadana infanta
se ha declarado ignorante y tonta de remate. La ciudadana infanta Doña Cristina
aún ignora que su ignorancia es un lujo
que ya no puede permitirse.
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