Me parece muy triste estar
sentado mirando al techo o jugando con el móvil espasmódicamente o gastando
dinero en llamadas estúpidas y que todo el mundo se entere de lo que hablo. La
gente se ha hecho europea y ha perdido la charla espontánea. Yo no. Cuando la
lectura que llevo no me ofrece un mínimo de placer, inicio una conversación
insustancial. A veces se queda ahí, otras veces no y se produce la sorpresa agradable.
No soy ningún charlatán pero tengo una gran facilidad para iniciar una
conversación en cualquier momento y lugar. Algún comentario ligero sobre el
sitio en donde estoy me basta. Los viejos en general y las mujeres que han
pasado los cuarenta son, con diferencia, los mejores interlocutores. Los
hombres, ya se sabe, se encierran en su concha o adoptan una actitud
inconscientemente agresiva como diciendo “¿Este tío raro de qué va? ¿Será
marica?” La gente joven es poco accesible. Se pone rápidamente a la defensiva.
Por la cuestión sexual, supongo…
2 comentarios:
Las salas de espera son como una metáfora de la vida misma, o al menos esa sensación tengo yo ahora, respecto a mi vida.
Desde luego encontrarme con alguien con una mirada distinta, animado a conversar y entrelazar sus palabras con las mías, sus ideas con las mías, sus pensamientos con los míos, sería, es, todo un privilegio que no estoy segura de estar aprovechando lo suficiente.
Yo no tengo una ingeniosa conversación. Pero me fascina el encuentro, y el ser testigo. Vivir de una manera un poco más presente, y ser todo oidos y empaparme con la sabiduría ajena. En cualquier sala de espera, uno puede esperarlo todo y encontrarlo, quizá.
Con mis respetos,
Saludos,
Efectivamente. A lo mejor las salas de espera se llaman así porque ciertas personas esperan encontrar lo inesperado. O hacen como que esperan sin esperar nada y entonces se produce el feliz encuentro. Nunca se sabe lo que se puede esperar de las salas de espera.
Muchas gracias por su comentario. Con iguales respetos, el Porquero.
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