Mi antigua casa
daba a una avenida muy principal que comunicaba el paseo marítimo con el inicio
de la empinada cuesta hacia el pueblo donde está la estación de cercanías.
Tiene dos rotondas. La rotonda que comunica la avenida con el paseo marítimo consta
de tres enormes falos metálicos con sus respectivas cañerías por donde sale
agua. Mi mujer conoce al artista. Antes de triunfar en el mundo del arte, fue
el fontanero que le instaló la fontanería del estudio que también tuvimos que
vender junto a nuestra antigua casa.
La rotonda más
alejada del mar tiene una explanada verde en cuyo centro se abraza una pareja
de muñecos rojos muy grandes. A pesar del esquematismo de la escultura, se
puede apreciar que los muñecos se abrazan en una posición sumamente erótica. El
muñeco hembra está sentado a horcajadas sobre las rodillas del muñeco macho, de
manera que parece que están fornicando. Si uno viene de la playa con la mujer y
los niños y atraviesa la avenida principal para llegar al apartamento de
verano, parece evidente que las dos rotondas se confabulan para incitar a los papás
a mandar a los niños a un recado urgente.
Mi casa antigua
estaba al final de una larga ristra de casas de dos plantas que se extendía a
lo largo de la avenida principal, tan pegadas unas a otras que nunca se sabía
exactamente cuando empezaba una y acababa otra. Más que casas adosadas parecía
que estuviesen incluidas.
Entre el
abigarramiento de casas y el bloque de locales comerciales había una
servidumbre de paso. El ayuntamiento, con buen criterio, instaló una rampa con
suelo lleno de burbujitas para que los cubos de basura sonaran estrepitosamente
por la noche arrastrados por los camareros de los bares colindantes. Mi casa
daba precisamente a la servidumbre de paso que comunicaba la avenida con las
primeras estribaciones de una inmensa cuesta por donde se empeñaban en subir
las excursiones del Imserso. En aquella parte del pueblo cercano a la costa,
todo es abigarramiento y cuesta.
Las excursiones
del Imserso suelen acampar en un hotel cercano con un aire inconfundible de
colmena. Por fuera, cientos de minúsculos balcones iguales. Por dentro un olor
a rancho disfrazado de buffet libre. En invierno el hotel se llena con el
Imserso y una parte muy importante del Imserso se aventura a ir, no sé por qué,
por el sitio más empinado para buscar una farmacia, echar una quiniela o
visitar el parque donde hay un delfinario.
A menudo me
preguntaban por el pueblo o el parque. Mi respuesta era exacta como un reloj
suizo. De quince a veinte minutos andando cuesta arriba. La diferencia horaria
no era un capricho. Debido a la gran cantidad de excursiones perdidas que me
encontré en diez años, adquirí una experiencia de sherpa. Mis cálculos eran
bien precisos. Tenía en cuenta el número de integrantes que formaban los
grupos, sus avanzadas edades, el número de hembras y el hecho incontestable de
que una manada de viejos jamás se desintegra. O suben todos o no sube ninguno. Era
fundamental no dejarme llevar en mi apreciación por el cortés interlocutor que
me preguntaba, que solía ser un macho alfa jubilado. Mientras hablaba con él, yo
analizaba minuciosamente el número y la composición del compacto grupo
dispuesto en un segundo plano al principio de la cuesta, esperando la orden de
ataque o retirada. Teniendo en cuenta todos estos factores, puedo avalar la
exactitud de mi información con la experiencia de haber subido más de una vez
con un grupo yendo a su paso y pegando la hebra a su estilo.
Desde el punto
de vista geoestratégico, mi casa en invierno era el campamento base del Imserso
para la conquista del parque o de la estación de cercanías del pueblo. En
verano, estaba sometida al mundanal ruido de los pubs ingleses, los bares
autóctonos, los cubos de basura y a unos rumanos desaprensivos, disfrazados de
charros mejicanos que peinaban la zona con rancheras y corridos dodecafónicos.
Si añadimos las
obras continuas en la avenida, la remodelación total del bloque colindante de
locales comerciales más los chapuces de mis vecinos en pleno esplendor del
ladrillo, el lector se podrá explicar que un buen día atravesara la avenida
principal y entrara en la inmobiliaria de
los italianos de ojos claros con Adriano Celentano al fondo.
Nota para mis lectores
hispanoamericanos.
El Imserso es un
organismo estatal que se dedica a pasear a los viejos en invierno por toda la
geografía española a unos precios muy
asequibles con la ventaja adicional de que los hoteles se pueden mantener
abiertos. O sea, que subvencionamos los hoteles a través de los viejos y
subvencionamos a los viejos con hoteles baratos. Miel sobre hojuelas.
3 comentarios:
Con razón se cambio de casa.
Un abrazo
Por favor, ponga el acento donde me lo he comido...
La figura me chifla.
Le pongo el acento,no se preocupe,todos no equivocamos.
Me lo pasé muy bien recorrigiendo el texto y yéndome después a tomar esas fotografías. Le confieso que me enamoro de las cosas cuando escribo de ellas y de las personas...ni le cuento
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