miércoles, 6 de abril de 2011

EL BAR DE MI EX VECINO



En los tiempos antiguos de cuando el ladrillazo, las aceras de mi casa antigua estaban repletas de inmobiliarias, pubs ingleses y bares autóctonos. Los bares autóctonos tenían horario diferente y clientela más diferente todavía. Eran bares nacional-populares de menús obreros al mediodía y pescaíto por la noche. Con su botella de vino y el palillero en el centro del mantel de papel esperaban al mediodía a un ejército de curritos que acudía con puntualidad cuartelera. La botella de vino de la casa y los palillos eran testigos de la honestidad de los oficios en que se empleaban afanosamente los curritos para no dejar un palmo de terreno sin edificar.



El bar de mi ex-vecino y otro de la acera de enfrente, pegado a la inmobiliaria de los italianos, eran quienes se llevaban el gato al agua. El bar de mi ex-vecino y su mujer distaba unos setenta metros de la casa donde pernoctaban. (Me alegra comprobar que mi pericia como escritor va en aumento. No podía haber expresado con mayor exactitud la idea de que la pareja hostelera no vivía en su casa sino en el bar. El escritor desconocido del taller de escritura creativa suele poner un mohín, que intenta a duras penas reprimir, cuando lee palabras como pernoctar. Dice que, aunque correctas, son un poco antiguas. En el fondo sé que quiere decir rancias, pero se controla. A mí no me molesta en absoluto ser un escritor desfasado que escribe pernoctar, comodidad, influir, pericia y demás. Jamás escribiré palabros como confortabilidad o influenciar como muchos escritores afamados. Yo seré un escritor sin historia condenado al polvo y al olvido pero tengo un oído de la hostia).



Todas las mañanas muy temprano escuchaba el gargajo de mi vecino al paso de mi ex-casa en dirección al bar. En vez de hacerlo por la avenida principal, mi vecino se internaba por un estrecho pasillo paralelo que lo llevaba a la puerta trasera. Cuando en verano lo veía venir de noche o a las cinco de la tarde para dormir una reparadora siesta, mi vecino componía a la perfección el mandato divino de ganarás el pan con el sudor de tu frente. Nada más conocerlo, mi inconsciente introdujo una pequeña revolución en mi imaginario infantil. Las figuras bíblicas de Adán y Eva saliendo del paraíso mirando al suelo y ella cubriéndose las vergüenzas mientras un iracundo ángel los arreaba con flamígera espada, fue sustituida por el regreso diario de mi vecino y su mujer. En verano el bar de mi vecino era un infierno. Daba grima verlos venir sudorosos y encorvados mirando al suelo.



Mis vecinos eran adictos al trabajo. Ella, por ser la cocinera y porque tenía que hacer la casa, iba siempre un poco más tarde al bar, pero ambos volvían muy de noche tanto en invierno como en verano. Hiciera frío, calor, lloviera a mares o soplara el levante. Tanto trabajo y tanto esfuerzo hicieron que mis vecinos tuvieran muchas posesiones. Poseían tres casas que alquilaban y uno o dos taxis. Taxista fue el oficio primero de mi vecino después de abandonar el campo. También tenían tierras. Una vez me regalaron unos aguacates un poco pasados que se habían traído del pueblo. Cuando nació mi hijo, le regalaron un vestidito a cambio de aumentar su casa a costa de la mía. Siempre mantuvimos una relación comercial equilibrada. Si yo, por ejemplo, le daba una bicicleta casi nueva de mi hija mediana favorita, él un día me cobraba una copa de coñac a mitad de precio. Si mis vecinos hubieran sido de otra manera, podría escribir que ganaban mucho dinero pero, como soy un escritor preciso, lo más exacto sería poner que juntaron muchos euros.



Mis vecinos no gastaban nada. Ahorraban echando miles de horas en el bar. Incluso mi vecino perdía parte de su precioso tiempo en pelar a un chucho zarrapastroso que tenía siempre metido en un patio de uralita que se había construido a expensas de la comunidad cuando fue presidente. Pelar al chucho le evitaba pagar una cantidad desorbitante de dinero en la clínica canina a la vez que daba ocupación al desocupado viento que traía alborozado hasta mi puerta los pelos del zarrapastroso perro. Mi vecino lo pelaba todo. Pelaba patata a patata unos sacos enormes. Me lo hizo ver el dueño del bar de la competencia. En vez de comprar las patatas peladas y cortadas como es lo habitual en bares que sacan mucha mercancía, mi vecino y su mujer se ponían a pelar patatas con paciencia japonesa…


8 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre es agradable leer estas historias de tiempo atrás...
Ver lo humildes que eran antes las personas, y lo desconsideradas que son hoy en día...

Es bueno evolucionar y dejar cosas atrás... pero no debemos dejar las buenas ;)

¡Besos!

Noite de luNa dijo...

Tengo que leer de nuevo, no puedo con la risa por lo de las palabras.

Pienso que usted es un escritor que juega al ping - pong.

Luego vuelvo.

Saludos

El Porquero de Agamenón dijo...

Estimada señorita Aspi.
No olvide el tono irónico que inunda todo el texto.

El Porquero de Agamenón dijo...

Efectivamente señorita Aquí.
Me encanta todo lo que tiene ida y vuelta como el pin-pong,los viajes en Ave,el tren de cercanías y el amor.
Tenga usted muy buenos días.

Noite de luNa dijo...

Buenos días de nuevo.
Me parece que hay mucha gente como sus vecinos. Amasar y amasar euros sin saber sacarle el jugo. Morir con la cuenta del banco llena y los sueños vacíos.
No merece la pena vivir así, creo.
Ese tipo de gente no me gusta.Me recuerdan a una frase que nos decía mi abuela y especialmente a mí, me daba mucha rabía:

" El que no está acostumbrado a bragas, las puntillas, le hacen llagas"

O la de otro señor - del mismo tipo de sus vecinos - que pasó mucha hambre en la guerra y decía que había que vivir para trabajar y nunca trabajar para vivir. Por ello, sus hijos, nunca fueron al colegio, ni aprendieron a leer ni a escribir.

Amasó muchas,muchas pesetas. Nunca salió de su pueblo ni con el Imserso, para no gastar. Sus hijos y nietos, disfrutan mucho ahora y la crisis, ni les roza.

* Sus textos, con palalbras sencillas y fáciles de enteder, me gustan mucho

Perdone la extensión de mi comentario.

Saludos

Tordon dijo...

Su deriva costumbrista resulta sumamente enriquecedora, estimado Porquero, y nos transporta con eficacia hacia los tórridos parajes mediterráneos.
No obstante, esa necesidad suya de aclarar que el tono de sus textos es "irónico" ,dice bien poco de la excepcional claridad narrativa que le caracteriza.

Salu2

PD: ¿ No echaba de menos al "azote de herejes" del Norte?

El Porquero de Agamenón dijo...

¡Sí,sí, sí, sí y mil veces sí, qué digo mil veces,un millón de veces que echaba yo de menos al fustigador del norte!
¡Por favor, flagéleme más y más hasta el orgasmo definitivo que me convierta en estatua de piedra escanciando sidra en un vaso de piedra! POr favor, no se corte y fustígume con su amplia panoplia de crueles látigos!¡Ay Tordon,Tordon!¡Como le echaba de menos!...
No obstante me permito sugerirle en un descanso de su fustigamiento,que no suelo explicar nada de cuanto escribo salvo cuando alguien,como la señorita Aspi,anda un poco descarriada por mor de palabras que, dada su juevntud ya no se utilizan, y entonces es lógico que no pille cierta ironía. Nada más y ahora puede seguir fustigándome mientras yo recito a Juan de la Cruz y su llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en su más profundo centro....oh sí,sí, sí, mi querido fustigador empléese conmigo a fondo que tiernamente en mi más profundo centro recibo sus tiernos látigos y etcétera,etcétera, etcétera...

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchísimas gracias, señorita Aquí por sus comentarios elogiosos y sobre todo por unos refranes que desconocía.