(Devoted to my friend, Hans Mayer, el zorro de el Palo)
Que mi frigorífico alemán se sabe la estrella no sólo de la cocina sino de la casa es algo que fui intuyendo poco a poco. La otra estrella permanece inalcanzable. Para ser exactos y, suponiendo que el universo sea efectivamente curvo, cada estrella forma un sistema solar en las antípodas. Ambas saben de su existencia mutua pero a mi me da la impresión de que se ignoran. Me resultaría muy difícil demostrarlo porque no hay pruebas fehacientes, pero si tuviera que poner mi mano en el fuego, lo haría y no me quemaría. Se ignoran desde la altivez de considerarse únicas aunque saben que no lo son. La otra estrella, claro está, es el caballete y su sistema planetario de lienzos y pinturas que giran alrededor de él. Su reino no pertenece al mundo propio de la casa pero está en él. El estudio de mi mujer reina soberano en la tercera planta.
La búsqueda de la casa que reuniera los requisitos necesarios para que mi mujer pudiera desarrollar su labor artística sin cortapisas, fue laberíntica y, al mismo tiempo, sencillísima. Mi mujer estaba harta de desplazarse ocho kilómetros diarios a su estudio que está en el pueblo costero contiguo. Si a eso añadimos los gravísimos problemas de aparcamiento en un verano atestado de escopeteros chancleteros en peregrinaje continuo a la playa, habrá que deducir, con toda lógica, que la paciencia de mi mujer se había agotado. Mi mujer es como yo. Ambos somos pacientes tortugas que, en un momento dado, se calzan las zapatillas de correr y hacen los cien metros lisos en tiempos de récord. Así que, nada más percibir una entrada raquítica pero mensual de dinero por parte de la universidad popular, mi mujer empezó a buscar una casa donde pudiéramos vivir y tener su estudio. A ser posible, debería estar en la parte más alta de la casa ya que los olores de las pinturas tienden más a subir que a bajar. Las ventajas, aparte del ahorro de gasolina y tiempo, eran innumerables. Mi mujer, ya lo dije, pinta, no reflexiona sobre la densidad de los sintagmas. O sea que uno ve una manzana donde, efectivamente, hay una manzana y no un ectoplasma conceptual. Eso implica un oficio y un gran placer al ejercerlo. De lo que se deduce que a mi mujer la veo muy poco en casa aunque está casi siempre. A la hora de comer, echar una charlilla y/o fornicar. En casa formamos dos islas con un océano en medio.
Calzadas las veloces zapatillas, en un mes se vio sesenta casas en compañía de mi suegra a la que sólo le falta el casco de motorista pizzera, vista la cantidad de desplazamientos que produce al año. Mientras tanto, yo permanecía en la casa antigua como un gato castrado del miedo que tenía a meterme en mudanzas e hipotecas. Con mi suegra y mi mujer vi unas cuantas casas que, lógicamente, no fueron de mi agrado. Hubo sólo una que nos procuró una semana sin dormir de las vueltas y revueltas que le dimos hasta que, imponente como una emperatriz austrohúngara, vino a nosotros la casa que los italianos de ojos claros nos enseñaron. Ya se la habían enseñado a mi mujer, pero su precio hizo que la desechara como un sueño imposible. Y aquí entro yo que, calzándome las zapatillas milagrosas, dejo de ser una tortuga milenaria o gato castrado y me convierto en un tiburón de las finanzas y digo: “Adelante y que salga el sol por Antequera”. Mientras tanto mi mujer se había convertido en vendedora profesional. Descubrió una manera muy simple e imaginativa de ahorrarnos una hipoteca puente mediante una argucia legal que permitía ampliar al máximo los plazos de venta y compra. Debíamos vender dos casas para conseguir una. Fue el regalo que le hizo a los italianos de ojos claros. La imaginación es la cosa más útil del mundo.
La casa consta de dos plantas más una tercera que tiene por nombre antiguo “terraza grande” y por modernez hortera el nombre de solarium. En la terraza el putón británico había construido una habitación para que durmiera su hijo alejado de sus puterías y alcoholismos. Lo cual me parece muy bien. Sobre todo a mi mujer que ya tenía su estudio.
El frigorífico estaba. El caballete llegó. A partir de ahí empezó una sorda lucha del frigorífico contra el caballete. La verdad por delante. Mi frigorífico era el ofendido. El caballete va de artista y le importan un pimiento las cosas cotidianas y materiales Mi frigorífico, aunque es alemán, se comportó igual que un mayordomo inglés de una película americana que, habiendo dedicado toda su vida doméstica a procurar un bienestar autista a su amo, se ve relegado a un segundo plano por la irrupción violenta y volcánica de un pendón desorejado que vuelve loco a su amo.
Todavía recuerdo el primer ruido sibilino que hizo mi frigorífico cuando entró por ver primera el caballete en la casa. Más concretamente en la cocina donde pernoctó la primera noche. Al vender la antigua casa para comprar la nueva, tuvimos que hacer rápidamente una mudanza doble acuciados por los nuevos propietarios de la casa antigua, a su vez acuciados por la mensualidad acuciante del alquiler donde vivían. Por un lado los enseres de la casa antigua. Por otro lado la parafernalia pinturera del estudio. En medio, una furgoneta mas pequeña que grande con tres mozos. Andábamos ya muy justitos para contratar una mudanza profesional. Dimos en un día todos los viajes del mundo en medio de una lluvia pertinaz. Para mi desgracia, mi mujer es bastante prolífica. Hubo que envolver uno por uno un sinfín de cuadros para protegerlos de la lluvia. Condenados a repetir otra vez la historia de la armada invencible y los elementos, gracias a mis conocimientos históricos no nos volvimos histéricos y capeamos el temporal con mucho trabajo pero con éxito.
La noche en que el caballete pernoctó en la cocina, el frigorífico alemán me adoptó. Por despecho y venganza. Los caballetes no tienen nombre y su género es epiceno. Supongo que cuando llegó el caballete lo primero que hizo fue indagar a qué miembro de la pareja pertenecía. Los frigoríficos alemanes son inteligentes, constantes, sólidos, con voluntad de hierro pero no son adivinos. No le costó mucho averiguarlo. El caballete llegó con nocturnidad y alevosía en el último viaje con nuestras fuerzas muy mermadas en medio de un mar de paquetes que ocupaban toda la planta baja. Ante la perspectiva de subirlo en procesión hasta la planta tercera, mi mujer dijo algo así como: “Vamos a poner el caballete provisionalmente en la cocina y mañana lo subimos. ¿Por qué no llamas y encargas unas pizzas”, frase ambigua a todas luces desde el punto de vista de un frigorífico alemán macho que sabe que en la casa quien manda es la mujer. Devoradas las pizzas, mi mujer y yo llevamos los restos a la cocina en conversación iniciada desde el salón justo cuando ella me dice que tiene muchas ganas de que sea mañana para subirse al estudio y ver qué tipo de luz hay. Aquí fue donde el frigorífico pilló la onda correcta y con rapidez inaudita empezó a conchabarse conmigo. Fue entonces, al abrirlo para descorchar una botella de champán que había metido en el primer viaje, cuando me soltó la vaharada antigua del ping-pong.
7 comentarios:
Ante esta distribución de espacios domésticos considero una suerte que su frigorífico se haya aliado con usted, pues la personalidad arrebatadora de los caballetes tiene a invadirlo todo y es sabido que para dar vueltas y vueltas alrededor de conceptos escondidos en palabras (que por otra parte no suelen esconder más que lo que dicen) es necesaria la calma, el suave pero firme ronroneo que como un corazón aporta la nevera germana.
Además gracias a ella volvió a ser campeón de tenis de mesa.
Hay más?
Hay más señor Argax. Bastante más.
Pero no puedo avanzar más porque si no¿Quién lo va a comprar cuando lo publique on line?
Entiendo. No deje de informarme para su adquisición. el Perea supongo que también será sacado de este blog para solaz del mundo no?
Saludos.
Efectivamente señor Luigi?
Aunque no sé si es usted un Luigi con abundante pelo,proyección inconsciente de la alopecia tranquila del señor Argax o es usted el mismísimo señor Argax transmutado y transfigurado en algún rompebragas italiano tipo Celentano.(En la actualidad está bastante calvo pero yo lo sigo adorando)
Sea usted quien sea,ángel o diablo, le doy la bienvenida a este blog.
Efectivamente señor porquero, por mucho que intente esconderme tras identidades falsas no deja usted de descubrirme. Luigi es Argax, al menos es Argax escribiendo desde computadora ajena sin revisar quien diantres anda conectado la bloguer.
Y es que este Argax siempre ha sido algo impulsivo, sea como sea, me reafirmo en mis palabras, en mi tiene un lector devoto y lo sabe.
Sé que el dueño de la identidad usurpada, el italiano rompebragas, escucha habitualmente a su admirado Celentano. Casualidades nunca casuales.
Saludos
Estimados señores Argax y Luigi.
Les entiendo perfectamente ya que a mí me ocurrió algo parecido en la muy feliz estancia laboral que tuve en México D.F.
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