Cariñoso, buen amigo, ocurrente, simpático, entrante, muy inteligente, alegre…iniciaban una larga lista de ditirambos que todos los amigos remataban con la alusión jocosa a su exhibicionismo contumaz y a su persistente voluntad de no dar un palo al agua. Todos sus amigos sentíamos la peor de las envidias por la buena vida que el Perea se daba muchas veces a costa nuestra y con nuestra aquiescencia total. En más de un hogar, incluido el mío, tenía el Perea mesa y mantel perpetuos. Delante de un buen plato de comida, el Perea reinaba como un sátrapa. Sabía que parte del pacto conseguía en que amenizara la comida. Jamás nos defraudó. Tampoco me defraudó la vez aquella en que un humorista profesional tuvo la mala suerte de compartir mesa con el Perea en un festival de cine. Yo fui testigo de la opípara comida que sirvió de preámbulo para que el Perea se lo comiera de postre.
Mi amigo oficia de director de un festival de cine alternativo. Durante un mes sólo escucharás del Perea quejas y lamentos; un cincuenta por ciento corresponde al poco apoyo logístico que obtiene de las autoridades municipales. El otro cincuenta por ciento a su falta de hábito en el bregar diario. Las comidas significan normalmente un incordio para el director del festival que suele encontrarse en el centro de un huracán de egos desatados que reclaman continuamente su atención. Al menos esa fue la impresión que obtuve como espectador afortunado en un par de comidas a las que me invitó mi amigo para que conociera por dentro un mundo tan ajeno.
Una de ellas fue la del humorista televisivo. Un mariquita con pluma a lo Gloria Swanson. Por sus ademanes y poses parecería que iba pidiendo un pene lleno de glamour mientras bajaba una inmensa escalera de caracol. Abajo estaba esperándolo, con su pene feliz, el von Perea quien le tendía solícito los brazos, lo recogía del último peldaño y lo elevaba hasta su aguerrido pecho donde escucharía palabras de amor desmentidas por el batacazo que el maricón se daba contra el suelo pues un segundo antes el Perea lo había dejado caer exhibiendo la mejor de sus sonrisas.
No era la primera vez que mi amigo practicaba la mortal estrategia a cuyo ritual asistí con verdadera delectación. Pude ver cómo el humorista profesional iba cayendo como corderito inocente en las sucesivas trampas que le tendió mi amigo hasta el postre donde ya sólo tuvo que ponerle la guinda y zampárselo. Reunidos los ocho comensales en una mesa redonda apartada del mundanal ruido cinematográfico, sólo uno de ellos, el humorista artista, no formaba parte de la cohorte de amigos agradecidos que rodeábamos al Perea. El Perea no dispone casi nunca de la cantidad de dinero necesaria para correspondernos por los continuos convites a que es sometido día sí, día no. En su intención está. Por eso aprovecha el festival de cine para ajustar cuentas. Es un maestro en agasajar con el dinero de otros. También contribuye sin duda a estas pequeñas dilapidaciones el hecho incontestable de sentirse muy mal pagado. De manera que el mariquita artista era el centro de reunión de una mesa de seis comensales que poco o nada tenían que ver con las ínfulas cinéfilas y mucho menos nuestro amigo, el director del festival, que es el ser menos mitómano que conozco. No le hacía ninguna falta. La mitomanía no deja de ser una excrescencia si se la compara con su portentosa facultad trasustanciadora. El caso es que el humorista se las prometía muy felices con un auditorio entregado de antemano y exento de las envidias propias de la profesión. No es que el humorista se pusiera a contar chistes uno tras otro hasta dejarnos exhaustos. Dentro del humorismo, hay que reconocer que había sido muy bueno en lo suyo. No era un vulgar cuentachistes sino que interpretaba personajes distintos y creaba situaciones insólitas de gran comicidad. Otra cosa es que, para mi gusto, había bajado demasiado el nivel y ahora se dedicaba a una comicidad bastante previsible. Nada que objetar por otra parte. Nadie tiene por qué ser un héroe.
No sé si por la deformación profesional típica de todo artista que le lleva a conquistar a su público allí donde se encuentre o por su homosexualidad de reinona glamourosa o por ambas cosas a la vez, el caso es que desde el comienzo se encomendó la tarea de seducirnos. De lo que no se dio cuenta es que fue el Perea quien sedujo a todo el mundo aprovechándose del artista.
Primero permitió que se sintiera cómodo y fuera el centro de la reunión hasta el final. Fue el que más le rió las gracias, el que más lo jaleó, el que más lo admiró. Pero al mismo tiempo, empezó a trasladar su sustancia hacia el humorista que no opuso ninguna resistencia, concentrado como estaba en su actuación. Poco a poco fue entremetiendo breves comentarios graciosos que contribuían a realzar el espectáculo. El efecto fue demoledor porque el Perea habituó al humorista a contar con él hasta hacerse imprescindible. La segunda fase era la más complicada. Consistía en seguirle el juego a la vez que lo iba llevando sutilmente a su terreno para robarle el cetro y la corona. Los comentarios graciosos que introducía a modo de cuña iban solidificándose y adquiriendo cierta independencia del discurso cómico del humorista que, a esas alturas, había caído definitivamente en la red, pues sin querer hacía pausas destinadas a los comentarios del Perea quien ya entonces había concluido su proceso agregatorio y contemplaba al humorista desde dentro.
Al final de esta fase, el Perea, a petición del ya vencido humorista, hacía un pequeño recorrido por las mejores películas cómicas dejando que el humorista rematase la faena. Los papeles se habían invertido. La fase final comenzó con la sentencia de muerte que el humorista dictó contra sí mismo al nombrar a los Monty Python. Aún así, un Perea generoso lo dejó por última vez subirse al carro del triunfo. Hasta que el humorista empezó a hablar de “La vida de Brian”. El Perea se sabía “La vida de Brian” de cabo a rabo. El Perea nos ofreció un recital de cuarenta minutos sin parar de reír a mandíbula batiente, obligándonos a hacer la digestión por la vida rápida. Durante cuarenta gloriosos minutos escenificó las mejores secuencias de la película imitando no sólo a los actores principales sino a los secundarios. El orgasmo llegó cuando, levantado de la mesa, interpretó la secuencia donde los soldados romanos no podían reprimir la risa cuando escuchaban a un Poncio Pilatos gangoso. Como bis, en agradecimiento a los cerrados aplausos, nos ofreció la misma secuencia de Poncio Pilatos…pero ¡en inglés! ¡Dios mío! ¡Aquello fue demasiado!
Nadie de los asistentes a la comida podrá olvidar el momento en que el Perea subió a los cielos. Fue entonces cuando me percaté que el número de espectadores había aumentado notablemente. Todo el restaurante, actores, directores, camareros, se había congregado en torno nuestra. Fue entonces cuando miré el rostro del humorista que reflejaba, píxel a píxel, la profundidad de la derrota.
Todos los amigos del Perea éramos su público más fiel. Todos compartíamos al Perea como pasión común. Precisamente por eso ninguno a quien interrogué pudo darme una visión objetiva. No había duda. El Perea era el amigo ideal. Y lo es, pero en mi modesta opinión no compartida con nadie excepto con el propio sujeto, el Perea es mucho más. No hay un solo átomo de su abundante inteligencia que no esté dirigida a desaparecer en el otro.
6 comentarios:
No conozco a este tal Perea, pero si posee la habilidad de comer con el sudor de la frente del vecino, y encima hacerle reir, debe ser un tipo interesante.
Salu2
Satisfecho y acariciándome la panza me encuentro con esta nueva entrega de tintes psicovampíricos.
Intruduce usted además una derrota en directo en su relato, bien narrada y sin apenas esfuerzos al identificar al humorista con Gloria Swanson.
De alguna manera el Perea empieza a causar cierto repelús, un amor-odio inevitable.
Ahora mismo voy al e-bay para hacerme con uno de esas mochilas atrapafantasmas de la película por si alguna vez me topo con el Perea poder retenerlo a mi lado y sacarle el secreto de su habilidad transustanciadora y mimética.
Un placer, una sonrisa y una expectación...
Un abrazo
Estimado señor Tordon.
Efectivamente,el Perea era un tipo muy interesante hasta que desapareció y nunca más se supo.¿Se fue por el desagüe de la bañera?Es posible. Sólo yo lo sé y no me es permitido abrir la boca hasta que acabe el relato que me está durando más de lo previsto.
I-Muchísimas gracias, señor Argax por su comentario y por incluirme en su nómina del blog.
II-Me temo que el Perea es inatrapable a menos que usted se sustancia en él.Cosa bastante imposible.Desapareció.
Esperemo pues el desenlace del relato para ver si es posible su reentré.
Creía que había puesto un comentario.
Saludos
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