(Dicho
sea con el mayor respeto).
Habida cuenta de
que del teatro nunca se ha podido vivir, excepto unos pocos y no siempre ni
para siempre (me refiero a vivir no a sobrevivir o malvivir) es imprescindible
tomar ciertas medidas lo antes posible con el fin de eliminar de nuestro
horizonte dolorosas renuncias. Esta
crisis lo único que ha conseguido es hacer más patente, aún si cabe, que para
ser artista lo ideal es haber nacido en algún sitio allende los Pirineos. (El
eje Londres-Paris-Milán, pasando por la cuenca renana, alberga en su seno un
montón de hermosas y cultas ciudades que lo son, entre otras bondades, porque
no castigan a sus artistas. Sus habitantes, por ejemplo, no tienen la desfachatez
de preguntar a los actores si viven de su oficio).
Pero como uno no
nace donde quiere sino donde lo paren, no hay más remedio que apechugar con lo
que hay e intentar paliar las aciagas circunstancias.
Para ello me
gustaría compartir con mis compañeros una seria de medidas que tienen la virtud
de ahorrar sufrimientos innecesarios y dolorosas renuncias.
Son estas:
-Dar un
braguetazo por todo lo alto.
Sin lugar a
dudas es la más radical y la que procuraría una larga vida sobre los escenarios
sin preocuparse de nada. Notario, abogado, farmacéutico, político, ingeniero,
arquitecto, cirujano, con sus respectivos correlatos femeninos (la arroba me
cansa mucho) y demás profesiones liberales bien pagadas constituyen un seguro
para el desempeño de cualquier actividad artística o no. Todo vale excepto el
imperdonable error del enamoramiento endogámico entre actores del mismo o
distinto sexo. El orden de los factores no altera el desgraciado producto de
formar grupo de teatro con otra pareja afín con lo cual lo más probable es que
empiece a cernirse la tragedia.
-Chulearse a sí
mismo
mediante la práctica
de un trabajo que procure mensualmente una nómina y permita disponer de las
tardes libres, o bien ejercer uno mismo una profesión liberal y autónoma no
sometida a estrictos horarios. Esto es muy cansado y extenuante pero el placer
de practicar el oficio querido sin duda aliviaría muchísimo la pesada carga. De
esta manera, al llegar a la jubilación, se podría disponer de una honrosa pensión
y de mucho tiempo que se dedicaría a la práctica contumaz y por la cara del teatro. Uno también
eliminaría de un plumazo el aburrimiento de estar todo el día viendo la
televisión o jugando al dominó con los amigos.
-Aprender desde
la más tierna edad inglés, francés y alemán.
Habida cuenta de
que estamos sometidos al imperio americano donde casualmente se habla inglés y
que en Londres, capital del teatro y del musical junto a Nueva York, también se
habla ¡y de qué manera! la lengua del genio de Stratford upon Avon, con este
hermoso idioma sería suficiente para vivir y trabajar en cualquier lugar del
mundo. Y no sólo valdría para hacer televisión o cine y vivir dignamente sino
que incluso cabría la posibilidad de contactar con gente bien situada; abogados
americanos, cirujanos coreanos, farmacéuticos británicos, arquitectos germanos
y un sinfín de profesiones muy bien remuneradas y nacionalidades variopintas
que nos procurarían una vida loca de artisteo.
El francés y el
alemán no son realmente necesarios pero queda muy bien para completar el currículo.
¡Quién sabe, a lo mejor viene a la ciudad, una productora alemana o francesa o
franco-alemana, pidiendo actores autóctonos que hablen francés y alemán para papel
muy secundario!¡Hay que estar preparados para todo!
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