Nunca en mi vida me había subido a dos rolls royces distintos en el corto espacio de tres días. De hecho nunca en mi vida me había subido a un rolls royce. No siento una especial predilección por coches ni joyas pero soy muy sensible a la estética en general y a las de los coches y joyas en particular. Quiero decir que me da igual un diamante verdadero que uno falso si está engastado en un buen diseño. Por otra parte, me encanta la carrocería de algunos coches en especial los de carrera aunque me aburra soberanamente la fórmula 1. Tampoco destinaría el más humilde de mis sueños a conducir oníricamente ningún coche lujoso por sí mismo sino por su valor simbólico. Si yo condujera un rolls royce no me cabe la menor duda de que sería mío y si fuera mío, significaría de facto que yo sería un individuo muy rico y entonces sí podría llevar una vida de ensueño.
Mi vida de ensueño no significaría tener muchas cosas ostentosas y rimbombantes sino eliminar por completo las acciones incómodas de la vida cotidiana. Como por ejemplo ir a la compra al supermercado de abajo, arreglar ciertos desperfectos caseros que dilato eternamente en el tiempo y que me causan una gran desazón, (es increíble el tiempo ficticio tan grande y la desazón tan real que empleo en tapar con masilla el agujero de un azulejo, acción que podría resolver en un minuto), llevarle al ferretero el filtro estropeado de un grifo para que me venda uno igual y tenerlo que llevar de nuevo porque no se ajusta bien, trasladarme de un lugar a otro para pagar multas de tráfico y otros impuestos, sacar los platos y los vasos limpios del lavavajilla, tender la ropa, tirar la basura por la noche y un montón más de pequeñas tareas domésticas que, sumándolas todas, se llevan una respetable porción de mi tiempo de vida.
Ser rico para mí significaría recobrar el tiempo perdido tras haberme dolido por su pérdida. Quiero decir que en verdad no me hubiera gustado ser rico de nacimiento porque entonces no podría valorar la ausencia de la práctica diaria de tareas incómodas y estaría todo el día quejándome por tonterías. A mí me gustaría ser rico por el placer de no hacer las cosas que me disgusta hacer o de eliminar los pasos intermedios molestos para conseguir una cosa que me gusta hacer.
Bañarme en el mar sería un magnífico ejemplo. Para obtener dicho placer antes debería desplazarme en coche, sufrir un atasco, acarrear una incómoda sombrilla y una bolsa con las toallas, buscar angustiosamente un lugar en la abarrotada playa, pasar un buen rato rodeado de semejantes con sus gritos, sus pelotas, sus paletas, sus músicas estridentes, sus pipas, sus toallas y sus bañadores horteras, sus enormes gafas de sol, sus apestosas cremas de zanahorias, sus conversaciones estúpidas, para internarme después en un mar sucio por el levante, recoger las cosas de nuevo y hacer una cola interminable para quitarme la arena en una ducha con un esmirriado chorro de agua, volver a casa y quitarme el resto de la arena de los pies que indefectiblemente irá a parar al suelo mientras la arena acumulada en el bañador irá directamente a atascar el desagüe de la ducha, lo que me obligará a destinar un tiempo complementario y estúpido a desatascarlo mientras mi mujer en la cocina me llama para que le ayude con la ensalada porque se ha hecho muy tarde.
Mucho más sencillo y práctico sería tener una casa con toda la domótica incorporada en alguna urbanización exclusiva de la costa de México que me permita salir desnudo, dar dos pasos y zambullirme en las cálidas aguas del Pacífico para después coger la toalla displicentemente abandonada en algún sillón de la espaciosa terraza y darme una refrescante ducha allí mismo sin preocuparme ni de la arena ni de la ensalada tropical de marisco y piña que habrá venido media hora antes acompañando a un delicioso asado y a una jarra de margarita como sólo saben prepararla en Casa Pancho.
Tampoco sería muy incómodo llamar al chófer para que me traslade en el rolls royce al embarcadero donde flota orgulloso el Caimán II que me trasladará apaciblemente mar adentro para tomar mi solitario baño mientras contemplo extasiado las ruinas del templo de Sunion al que iré caída la tarde para elevar una plegaria de acción de gracias a los dioses.
Ni mucho menos estas dos acciones serían excluyentes, más bien se complementarían a la perfección en complementariedad gozosa pues dispondría de todo mi tiempo y de mi dinero para prodigarme a mí mismo y a mis seres queridos y queridas estos sencillos placeres…
6 comentarios:
Me ha encantado!!!
Sin tu explícito permiso, he soñado contigo, a tu lado, según lo ibas contando...
Qué bonito...
Y estoy plenamente de acuerdo.
El tiempo SI se compra...
BeXo.
Salud Señor Porquero.
Coincido básicamente con Ud. En realidad sintetizaría diciendo que lo mejor que puede comprar el dinero es la libertad. Para ello, por supuesto, hay que saber cómo no ser esclavo de él.
Recuerdo algo de Borges (cito de memoria) que decía que el obsequio más inmaterial (no sé si era la palabra exacta) que se podía obtener era el dinero, porque podía ser potencialmente muchas cosas: viajes, libros, comidas.
Un saludo.
PD: Sabiendo que compartimos algunas opiniones con respecto a cuestiones de libertad y salud, ¿qué opina de esta brillante idea de algunos de mis coterráneos?
http://www.lanacion.com.ar/1377689-no-habra-mas-saleros-en-los-restaurants-de-la-provincia
Prepárense allí, en la madre patria, porque la estupidez es contagiosa.
EStimadísima señorita Malena,muchísimas gracias por su comentario.Una pena que estando yo tan dormido no me percatara de que no estaba solo.
El Dinero es una abstracción tan potente como Dios.Qué curiosa nuestra lengua que une a Dios y al Dinero.Paso a leer sus recomendaciones,Un abrazo.
Al César, lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...
Fdo: Cesar Rodolfo Montalbán Villa
"Necesitado en general"
No me extraña su necesidad y más viviendo en los fríos estonios. Otro abrazo a los tres.
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