...Trabajo viene de tripalium “tres palos” un instrumento de tortura que usaban los romanos, según me contó un día mi amigo Manolo, un profesor de latín bastante peculiar. Con tan sólo treinta años, no pensaba en otra cosa que en la lejana alegría que experimentaría al jubilarse. Manolo empezaba las clases perfectamente sentado con la espalda recta pegada al respaldo del sillón y poco a poco “iba deslizándose hacia el sinsentido” que estaba justo por debajo del nivel de la mesa, desapareciendo de la vista del alumnado quien permanecía callado para no despertarlo, cosa que él agradecía con un aprobado general.
Manolo era un tipo lúcido con una tendencia innata a la depresión que le producía “la conciencia dolorosa de no saberse rico y exento, por lo tanto, de dar un palo al agua”. De él también recuerdo su método para afrontar los estados depresivos. “Meterse en el interior de la depresión como si fuera el epicentro de un huracán y, para ello, nada mejor que leerse un buen tocho de fonética diacrónica latina o a algún filósofo alemán plúmbeo”
Manolo era un clásico redivivo de elegancia antigua como la de mi padre, sobre todo cuando caminaba por el pueblo con la gabardina perfectamente doblada y colocada sobre el hombro derecho. Jamás perdía la compostura a pesar de nuestras noches de alcohol y de irónicos sueños de grandeza.
El final de la noche lo cerrábamos con un ritual exacto como un guante. Nos íbamos a comprar un par de bollos de pan recién hecho tras dar unos aldabonazos en la puerta de la panadería y nos lo comíamos en los bancos de la plaza solitaria presidida por el ayuntamiento y el casino. Allí Manolo, mirando el pan como Cristo en la última cena de una película bíblica con actores henchidos de importancia histórica, declamaba en Latín eclesiástico lo del pan y el vino y, tras un silencio propiciado por el ringorrango del momento y también por la ebriedad de fondo, iniciaba un monólogo en latín macarrónico sobre lo que haría “si ego fossem opulentus…”
Uno de sus sueños recurrentes trataba de la venganza contra los banqueros que se dividía en venganza general y en venganza local. La venganza local se centraba exclusivamente en la figura poco agraciada del director de la sucursal bancaria de un pueblo de Jaén donde pasó su infancia. El director era conocido con el sobrenombre de “Marqués de Follapoco” y fue quien le negó un préstamo a su padre con el que hubiera emprendido la fabricación de una máquina agrícola de su invención que lo hubiera hecho riquísimo y que habría librado a su hijo único del “triste destino de hormiga”. Una vez rico del todo y para siempre “por braguetazo simple” Manolo, vestido de charro mexicano con un sombrero inmenso y subido a un elefante, encabezaba una caravana de mexicanos panchovillas, subidos a elefantes también, que entonaban delirantes corridos amenizados con los disparos de sus pistolones. Cuando tan estrafalaria comitiva, seguida por todo el pueblo, llegaba a la sucursal, Manolo exigía a grandes voces que saliera a recibirlo el distinguido marqués para que se extendiera cuan largo era y le sirviera de felpudo a él y a todo la retahíla de mexicanos alquilados que bailarían sobre su espalda con sus espuelas de plata. Nunca supe el porqué de la extraña mezcla de mexicanos y elefantes ni quién era la feliz depositaria del braguetazo ni por supuesto el significado de “braguetazo simple” aunque supongo que sería una licencia poética equivalente a “simple braguetazo” o simplemente “dando un braguetazo”. Mi amigo Manolo, poéticamente hablando, era un iceberg; clásico y sobrio en la parte visible y de un surrealismo desatado y violento en su parte oculta que sólo mostraba en condiciones de “supinam ebrietatem”...
El paroxismo lo alcanzaba con la venganza general donde citaba en su castillo uno por uno a la flor y nata de los banqueros más importantes del país a los que invitaba a cenar con el señuelo de depositar en el banco correspondiente una buena parte de su fortuna.
Cuando la cena se hallaba en los postres, con el banquero cómodamente repantigado en el sillón, fumándose un puro y relamiéndose de placer por el plácet conseguido de Manolo tras una generosísima oferta que le habría traído en papiro perfumado, de pronto entrarían un par de enormes negros muy bien dotados que sodomizarían salvajemente al espantado banquero mientras le obligaban a tragarse el papiro con el puro y la servilleta en medio de un megafonía atroz mediante la que algún loco leía convulsamente el manifiesto comunista.
Acabada la alocución revolucionaria, el banquero vería cómo ceremoniosamente Manolo iba al fondo del salón, desplegaba una pantalla de cine y accionaba un proyector donde asistiría en 3D a la violación contumaz de toda su familia interpretada por los mismos negrazos que se lo estaban trajinando en ese momento hasta llegar a la escena culminante donde aparecía el propio Manolo, sentado y desnudo en el sillón preferido del banquero, pronunciando su nombre orgásmicamente mientras entre su joven esposa y sus cuatro hijas del matrimonio anterior le practicaban una frenética succión al alimón. El final tenía, por supuesto, un toque mexicano pues, ítem fellatio est, Manolo se levantaba del sillón y cogiendo un afilado abrecartas marcaba con su inicial el respaldo de piel de gacela virgen. Primer plano del respaldo del sillón favorito del prócer con la M zorruna y fundido a negro con el banquero completamente fundido por los negros...
7 comentarios:
Francamente querido, hay demasiadas partes donde me pierdo... tanto surrealismo a estas horas de la tarde, y yo sin poder acerme eco.
Ains...
Le dejo un beXo.
Y mi estupefacción...
Francamente querida, no se preocupe,no pasa nada...a lo mejor lo ha leíado a un intempestiva hora de la tarde o el intempestivo soy yo con mi escritura, no se preocupe,el problema casi nunca es del lector...
Por todos los dioses!!!
PONGALE UNA HACHE A MI COMENTARIO que lo acabo de releer y casi caigo muerta!!!
Sublime. Creo que una propuesta similar ha salido de la asamblea vecinal del bloque autoproclamada nuevo movimiento DRY. Similar porque en lugar de elefantes, el medio de transporte directamente eran varanos de Komodo.
Manolo, ese surrealista incomprendido o incomprensible.
Un saludo.
Me son muy queridos a mí los varanos de Kommodo.De hecho yo tengo uno en casa con el que da gusto hablar de filosofía y de "zoología humana" en sus palabras.
Tiene el don de la profecía y me ha dicho que no tardaré mucho tiempo en entrar en la junta de accionistas del Santander subido a su grupa y proclamando la copulación universal.
O sea que usted y yo tenemos los mismos sueños sin haber pernoctado nunca juntos.
¡Viva el DRY martini on the rocks,los bloques de vecinos revolucionarios y las tías buenas y los tíos buenos y machos!
¿ No les vendría bien una gaseosa?
Si señorita,nos vendría muy bien para darle un toque doméstico a la cosa.
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