“Llevo toda mi vida estudiando a los chinos y todavía no los entiendo”, me dijo el octogenario profesor Lawrence Laughton en un chiringuito de La gamba alegre mientras nos tostábamos al sol con unas cervezas bien frías. La gamba alegre es una plaza recoleta en pleno centro de Torremolinos. Bastante inaccesible, la rodean varios chiringuitos donde se come pescaito frito y un restaurante chino de confianza. Uno de los pocos, por no decir el único.
Al profesor Laughton le gusta especialmente esta plaza donde recala siempre que viene de las lluvias británicas de Oxford donde dirigió el Centro de Estudios Chinos. Mi querido profesor es una autoridad mundial en la materia.
A mí, particularmente, el mundo oriental me trae bastante al fresco. No participo yo de ese deslumbramiento que un número cada vez mayor de congéneres occidentales siente por los milenarismos amarillos. Japón me parece un buen proveedor de chorradas tecnológicas para jóvenes autistas y de China me bastan los chinos de todo a cien y sus horribles restaurantes para no tener ni la más mínima intención de gastarme una pasta en visitarla.
Lo mejor de China cabe en una sola línea; Confucio y Lao Tsé como cumbres del humor y el profesor Laughton y su traducción al inglés de la obra completa del emperador confuciano Qianlong de la dinastía manchú, 1711-1799. Dentro de su vastísima obra hay un opúsculo sobre actores “El castigo del emperador”. Llegó a mí de forma muy rocambolesca. Tanto me sedujo que durante un año estuve trabajando en su traducción que completé con un controvertido prólogo donde mostraba bien a las claras mi amor por Oriente y que tuvo la virtud de llamar la atención del profesor. Mi traducción todavía no ha visto la luz de la imprenta después de tres intentos pero sí me permitió el honor de cartearme electrónicamente con el profesor al que previamente, por una elemental cortesía y con todo el miedo del mundo, le había enviado mi traducción al español junto con mi “muy discutible prólogo”, según me hizo saber en el primer contacto.
La primera sorpresa fue cuando me invitó una semana a Oxford para hablar sobre “El castigo del emperador” con especial hincapié en la “hojarasca místico-vegetal” que yo había podado de su traducción inglesa y de cuya poda daba irónica cuenta en el prólogo. Debo decir que mi primer encuentro en territorio enemigo fue mucho más satisfactorio de lo que pensaba, pues temía que el profesor dedicara toda la semana a practicar conmigo la tortura china. No fue así. Apenas día y medio duró el amable acoso de preguntas y largos silencios para después disfrutar de unos paseos en coche muy agradables por Oxford y sus alrededores mientras conversábamos. Cultura en general, algo de política y mucho fútbol. “Los chinos lo copian todo, pero mal. Todavía están a años luz. Empezarán a estar a nuestra altura cuando jueguen bien al fútbol. Entonces Occidente deberá ponerse a temblar”, fue una de las pocas opiniones directas que me dio sobre China. Todo lo demás eran sonoras risotadas a costa de mi ignorancia, supongo, aunque él me decía que mi sentido del humor “no le era del todo extraño”, una manera muy oriental de decirme que tenía un sentido del humor bastante inglés.
La segunda sorpresa vino con la despedida en Gatwick, “Nos vemos en julio en la plaza de la gamba alegre, si no tiene inconveniente”. Debo decir que la coma que marca una ligera pausa entre las dos proposiciones es tan sólo simbólica pues el pobre profesor tuvo que esperar un tiempo larguísimo hasta que yo me recuperase del impacto de la proposición primera de la gamba alegre, plaza que conozco a la perfección desde que me vine a vivir a la costa. Tanto me impactó que se vio en la obligación de añadir “si no tiene inconveniente” a lo que respondí con un balbuceo, un intento de abrazo y una carrera atropellada en busca del chequin.
Ahora nos vemos una vez al año en Torremolinos donde tiene un pequeño apartamento desde los años sesenta, “Cuando Torremolinos era lo que era y no el cementerio de elefantes que es ahora, incluyéndome a mí y a mis muy gastados colmillos”.
Entre sorbo y sorbo a una cerveza bien fresquita que nos vamos tomando cada día sucesivamente en las terrazas que rodean a la plaza, seguimos hablando de cultura en general, casi nada de política y mucho de fútbol… Y entremedias largos silencios como moscas. Un día, a propósito de la atención flotante, una expresión feliz que había acuñado el profesor para traducir del chino la chinada “ser los ojos y los oídos del tigre cuando reposa al lado de un río”, yo le dije que en andaluz existe una expresión bastante aproximada, “papar moscas” que dio lugar a una curiosísima disertación de mi amigo acerca de las afinidades que él veía entre lo andaluz y lo oriental que remató con “Aquí tienes, sin ir más lejos, el nombre de la plaza donde estamos, la gamba alegre. Podría pasar perfectamente por ser un nombre chino. No deja de ser curioso que haya un restaurante chino rodeado de chiringuitos andaluces. Las casualidades no existen”
No hay comentarios:
Publicar un comentario