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La tolerancia es el producto más excelso de la racionalidad.
El buenismo es el resultado de la debilidad y el relativismo.
El buenista todo lo iguala y equipara porque tiene miedo a decidir.
La confusión es su estado perpetuo. Antes que señalar al otro, el buenista prefiere culparse a sí mismo de todo.
La racionalidad elige y selecciona porque no tiene miedo a tomar decisiones. El esfuerzo por ser lúcido es consustancial al espíritu racional, quien sabe asumir el error propio con la misma naturalidad con que señala el error del otro.
Conclusión: Ser tolerante no significa en modo alguno ser buenista. No hay que confundir las churras con las merinas ni espíritu con religión.
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