Análisis republicano-gramatical de este sintagma un tanto extraño.
La
ciudadana infanta doña Cristina es un sintagma nominal bastante complejo, no
por el nombre en sí de Cristina sino por las relaciones un tanto
contradictorias entre los sustantivos: ciudadana, infanta y doña. Cabría la
posibilidad de acortarlo de esta manera: La ciudadana doña Cristina, sintagma
más sencillo y popular que refleja un republicanismo bastante moderno. Nada que
ver con el republicanismo antiguo, por revolucionario y francés, de cuando los sanculottes de Marat y la guillotina
de Robespierre ni tampoco con el republicanismo segundo de cuando Azaña y la
España alpargatera y quemaiglesias.
La
ciudadana infanta doña Cristina es un sintagma nominal
de tránsito entre la imputación de Cristina, como su propio nombre indica, y la
desimputación inmediata por intermediación del fiscal real (la infanta Cristina
está imputada quien la desimputará el buen desimputador que la desimputice etc).
La
ciudadana infanta doña Cristina es un dilema, un
sinvivir entre la sinrazón del Estado Monárquico y la razón democrática de un
pueblo harto de su clase dirigente que, partiendo de la Santa Transición,
derivó hacia el Mandarinato y el Contubernio.
Resulta
reveladora la imagen del Parlamento Español aplaudiendo con franco entusiasmo
la entrada triunfal de su Majestad Inviolable e Irresponsable porque, en el
discurso navideño, mil veces repetido hasta la saciedad, había introducido, en
pleno Undangarinato, la novedad epistemológica de que la justicia era igual
para todos. El delirio.
Poco
después, respaldado sin duda por tanta adhesión inquebrantable, Su Campechana
Majestad no tuvo ningún inconveniente en aplicar Su peculiar sentido de la
justicia ajusticiando, mediante certero disparo, a un elefante africano mientras
su pueblo era esquilmado y desahuciado. “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”
dijo el hospitalario monarca de movilidad reducida a una audiencia avejentada
por la ausencia alocada de la la loca juventud que, ya por entonces, practicaba
locamente la movilidad exterior.
Y
así transcurrían los tiempos diferidos y simulados hasta que a un juececillo
valiente le dio por aplicar al nombre propio de Cristina la justicia real y
marital y es justo aquí cuando empieza a construirse por sí sola la
gramaticalidad ambigua del sintagma extemporáneo, objeto de comentario.
Porque
veamos:
CRISTINA
Es
un nombre propio bastante común hoy en día que adquirió carta de naturaleza en
el siglo XIX gracias, por un lado, a María Cristina Borbón-dos Sicilias, viuda
del rey felón Fernando VII, madre de la reina castiza Isabel II, regente
durante su minoría de edad, casada morganáticamente en secreto con un sargento
de corps que la preñó numerosas veces y con el cual tuvo turbios negocios
relacionados con la sal, el ferrocarril y el comercio de negros, y por otro
lado tenemos a María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre del futuro Alfonso XIII,
que fue continuamente engañada por Su Priápica Majestad don Alfonso XII, quien
en su lecho de muerte, inmortalizó su nombre mediante esta histórica advertencia:
“Cristinita, guarda el coño y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas” que
es como si dijera “Y del PP al PSOE y del PSOE al PP”, dicho sea sin ofender a
los militantes socialistas de base, ya que los otros jamás se sentirán ofendidos.
DOÑA
Es
sustantivo un poco adjetivado que actualmente hace mención a un estatus social
alto, aunque no tendría por qué. En los tiempos antiguos todo el mundo se
llamaba de usted si no había comido junto en la misma mesa. Don y Doña eran
muestras de respeto hacia la gente mayor a la que le importaba un pimiento ser
lo que eran; viejos o ancianos. Jamás de los jamases se les hubiera ocurrido
llamarse con el eufemismo tonto de “tercera edad”. A ningún viejo se le ocurría
decir a un joven “No me llames de usted ni de don que me haces viejo”, con lo
cual fueron los propios viejos modernos los que deseducaron a una juventud cada
vez más despistada.
Doña
con el artículo la, “la doña”, se refería a la dueña, que venía a significar
mujer con intenciones eróticas. De ahí el precioso verbo “doñear” que significa
arrimarse a la mujer, cortejarla con fines explícitamente sexuales aunque no
necesariamente reproductorios.
Posteriormente
pasó a ser un sustantivo-báculo del nombre propio, don Mariano, doña Soraya,
que junto a “señor” y “señora” sustentaban la vieja educación. Nada de eso
existe ya. Ahora, por ejemplo, para referirse al presidente del gobierno se le
aplica el feísmo “Presidente Rajoy” y no “señor Presidente” que es como los
ingleses suelen hacer, porque son amantes de las viejas tradiciones y de echar
sapos y culebras por sus boquitas cuando se enfrentan en el parlamento. Lo uno
no está reñido con lo otro. Aquí sí.
Por
lo tanto, parece que el don y la doña o señor y señora han quedado como
arcaísmos o viejismos aristocráticos que se aplican sólo a personas de alcurnia
y ringorrango. De ahí doña Cristina.
Llamar
doña Cristina a doña Cristina, implica pues, en esta España vulgar y zafia una
actitud muy condescendiente y mamporrera con respecto a la monarquía. Denota en el individuo o individua que lo usa
una clara tendencia al felpudismo (no confundir con felipismo).
El
felpudismo es una actitud de pueblo encadenado y borbónico, amante de la
seudodemocracia y el turnismo, como maneras de encubrir lo de siempre; el
caciquismo y la corrupción.
INFANTA.
Sustantivo
adjetivado que tiene su miga. Desde un punto de vista estrictamente
lingüístico, infanta debería hacer sólo alusión a un miembro del sexo femenino
aún no desarrollado, lo mismo que infante con respecto al género macho. De
infanta e infante viene el adjetivo infantil y el sustantivo infantilismo, tan
de moda en nuestros días.
Pero
infanta significa también, y sobre todo, hija legítima de un rey o esposa del
infante, que por motivos lógicos, es asimismo hijo legítimo de rey.
Famosa
es la deformación inglesa del españolísimo sintagma nominal Infanta de
Castilla , aplicado a Doña Catalina, hija de los Reyes Católicos, quien
primero casó con Enrique VII de Inglaterra y después, tras su muerte, con su
hermano menor, el anglicano follador Enrique VIII, célebre por sus series
televisivas, sus mujeríos y sus decapitaciones.
Pues
bien, ante la imposibilidad de pronunciar bien su nombre, los ingleses lo
britanizaron: Elephant and Castle, donde Infanta deviene premonitoriamente en
Elefante (Pensar que ya desde el XVI nos habían tomado los ingleses la medida a
los españoles me produce escalofríos históricos) y Castle es, como su propio
nombre indica, Castillo. Actualmente Elephant and Castle es un barrio no muy
recomendable de Londres.
Antes
de ser desahuciada por Enrique VIII, la infanta Catalina, le dio una sangrienta
hija, María Tudor que ensangrentó todo el país con sangre protestante. María la
sangrienta, la llamaron con toda propiedad los ingleses y, ya de paso,
bautizaron un coctel a base de tomate muy rojo con su nombre: Blody Mary.
O
sea, y resumiendo, que el sustantivo Infanta es un nombre maldito desde hace
mucho tiempo por lo cual sería aconsejable eliminarlo para siempre de nuestra
historia de la lengua.
CIUDADANA.
Hermoso
sustantivo, limpio y claro como el cielo azul en el sur. Me pongo poético
porque ciudadano/a es nombre igualitario que a todos equipara como sujetos de
destino histórico, individual y colectivo, y no como súbditos, sujetos y atados
al destino sexual y reproductivo de los reyes. Súbdito implica yugo y el yugo
se hizo para los bueyes.
Ciudadano
y política tienen un origen común, pues ambos vienen del sustantivo ciudad como
espacio no sólo físico sino simbólico donde el ser humano puede y debe
desarrollarse en libertad. La civitas latina y la polis griega son nuestro
pasaporte histórico y lingüístico que nos conducen irremediablemente a la
gramática parda del sintagma nominal construido a partir del nombre propio
Cristina, enraizado en el sustantivo liberalizador y comunitario de ciudadana.
Hay
en ciudadana Cristina olor de pan recién
hecho. Ciudadana Cristina trasmina sentido común frente a los privilegios
medievales y las corrupciones ancestrales. Liberté, egalité, fraternité
proclamban los gabachos antes de napolizarse.
Acojamos
pues fraternalmente a doña Cristina, depositémosla igualitariamente en el
sintagma nominal la ciudadana Cristina y llevémosla sin ensañamientos
innecesarios a los tribunales para que estos, en uso de su libertad protegida
por las leyes, la juzguen.
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