Oh dioses de todas las religiones, protectores de
las artes, concededme la clarividencia necesaria para saber distinguir lo
sensible de lo sensiblero, el sentimiento, exacto como un cuchillo, de la
sentimentalidad fláccida.
Que no tenga yo que quejarme de mi oficio cada día
ni pedir perdón ni explicar lo inexplicable ni dar cuenta de mi tiempo y de mi
esfuerzo ni tampoco suplicar comprensión o aquiescencia más allá del justo
reconocimiento.
Que pueda ganarme el pan sin falsas humildades
pero tampoco sin estériles arrogancias.
Que acepte como don y no como condena la necesaria soledad.
Que acepte como don y no como condena la necesaria soledad.
Que sea la imaginación y no la infantil fantasía
la nave en la que zarpe.
Que guarde mi sudor y mi esfuerzo para mí y que mi
obra se sostenga por sí misma sin los falsos andamios del mensaje, la moral o
la moda.
Que pueda cambiar cuando se me antoje, rectificar
cuando proceda y contradecirme cuando lo estime conveniente, si la factura la
pago yo.
Que no me absorba ni obsesione la infructuosa
búsqueda del estilo sino que mi voz surja natural y espontánea como el llanto
de un recién nacido.
Que pueda admirar sin envidia la obra de los
demás.
Que no renuncie a mis maestros para que así pueda
establecer contra ellos mis necesarios combates.
Que no rehúya los tiempos de sequía o duda pues
son tiempos de crisálida. El gusano fue siempre anticipo de la mariposa.
Que pueda volar sin más cortapisas que las alas
que me he procurado a mí mismo ni más horizonte que donde el aire amigo pueda
llevarme.
Y que al mismo tiempo no pierda jamás el contacto con
la tierra…
Amén.
1 comentario:
¡Qué así sea!
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