Coincidí por primera vez con Harry Hastings en una universidad de verano, de las muchas que empezaron a proliferar como hongos en España, una vez muerto el dictador de muerte natural en su cama.
Hastings era uno de los ponentes de un curso sobre Shakespeare. Su ponencia versaba exactamente sobre “Shakespeare y la posmodernidad”. Me cayó muy bien nada más iniciar la conferencia cuando dijo que su principal objetivo era pasarse el verano entero estudiando a los sarasas de Cádiz y que no había ninguna posmodernidad en Shakespeare salvo su relación homosexual con el Conde de Southampton, “un bellísimo ejemplar que influyó notablemente en la estética manierista de Tino Casal y en los abanicos de Locomía”.
Y a partir de ahí se dedicó a desmenuzar la relación entre el escritor y el noble basándose en los sonetos amorosos que equiparó a los sonetos del amor oscuro de Lorca, “un chupador nato de pollas en Nueva York, como muy bien lo retrató Bukowsky, que se hizo el estrecho arremetiendo contra los maricas en su Oda a Walt Whitman”, recuerdo perfectamente que dijo. Fue entonces cuando se lió la mundial. Empezaron los pateos, los silbidos, los insultos al Hastings que permanecía con los brazos cruzados, subiéndose compulsivamente sus gafas de pasta y repitiendo como un poseso: “A mí me da igual, yo ya he cobrado”.
Al final, tuvo que salir escoltado por algunos que, al ver el cariz homofóbico que iba teniendo el asunto, lo sacamos en volandas mientras el Hastings gritaba a la concurrencia con su español casi perfecto, “Jodeos, que todos los grandes poetas y artistas han sido y serán maricones".
Resultaba evidente que al Hastings le iba la marcha. Una de sus provocaciones más famosas fue hace cinco años en la Feria de Arco en Madrid donde montó una instalación muy peculiar. “Es muy fácil ser artista moderno. Basta con tener mucha cara, como yo”, me dijo mientras lo llevaba a Ikea a comprarse un armario.
La instalación consistía en ese mismo armario pero sin puertas para que el espectador pudiera ver al Hastings en posición fetal recitando como un mantra “Maricones, al armario”. Delante de él, una enorme flecha de tres metros con la punta indicando el interior en cuya base había un poste con un cartel que decía “Volved a los orígenes. Ya está bien de mariconadas”. En la parte de abajo del cartel, había un horario en el que el Hastings saldría del armario y haría una performance.
Y efectivamente, según el horario indicado, mi amigo salía del armario y recorría muy ceremonialmente la flecha en sentido inverso hasta llegar al cartel para, una vez allí lanzar una soflama contra el arte moderno y en favor de la gramática clásica. Acabada la soflama instaba al público circundante a que se metiera con él en el armario, “La feria se va a quedar desierta”, gritaba partiéndose de risa.
Harry nació en Redding, estado de Connecticut. Su madre, Helena Hidalgo, nacida en San Lorenzo, Paraguay, estudió en la Escuela Agraria donde conoció a Henry Hastings, ingeniero agrónomo que le daba clases. Se enamoraron, se casaron y se vinieron a Connecticut para formar una familia numerosa integrada por cinco hermanas, “yo incluida”. Harry Hastings estudió Lingüística “Degenerativa”, según él, en el Trinity College y Literatura Comparada en Yale. El niño era un cerebrito que se pasó por la piedra a la flor y nata de la intelectualidad gay, “me encanta la gramática conectiva”. Acabados sus estudios de postgrado, se marchó, como no podía ser de otro modo, a la costa Oeste de EEUU donde estuvo diez años como profesor en la universidad de San Francisco…
Hastings era uno de los ponentes de un curso sobre Shakespeare. Su ponencia versaba exactamente sobre “Shakespeare y la posmodernidad”. Me cayó muy bien nada más iniciar la conferencia cuando dijo que su principal objetivo era pasarse el verano entero estudiando a los sarasas de Cádiz y que no había ninguna posmodernidad en Shakespeare salvo su relación homosexual con el Conde de Southampton, “un bellísimo ejemplar que influyó notablemente en la estética manierista de Tino Casal y en los abanicos de Locomía”.
Y a partir de ahí se dedicó a desmenuzar la relación entre el escritor y el noble basándose en los sonetos amorosos que equiparó a los sonetos del amor oscuro de Lorca, “un chupador nato de pollas en Nueva York, como muy bien lo retrató Bukowsky, que se hizo el estrecho arremetiendo contra los maricas en su Oda a Walt Whitman”, recuerdo perfectamente que dijo. Fue entonces cuando se lió la mundial. Empezaron los pateos, los silbidos, los insultos al Hastings que permanecía con los brazos cruzados, subiéndose compulsivamente sus gafas de pasta y repitiendo como un poseso: “A mí me da igual, yo ya he cobrado”.
Al final, tuvo que salir escoltado por algunos que, al ver el cariz homofóbico que iba teniendo el asunto, lo sacamos en volandas mientras el Hastings gritaba a la concurrencia con su español casi perfecto, “Jodeos, que todos los grandes poetas y artistas han sido y serán maricones".
Resultaba evidente que al Hastings le iba la marcha. Una de sus provocaciones más famosas fue hace cinco años en la Feria de Arco en Madrid donde montó una instalación muy peculiar. “Es muy fácil ser artista moderno. Basta con tener mucha cara, como yo”, me dijo mientras lo llevaba a Ikea a comprarse un armario.
La instalación consistía en ese mismo armario pero sin puertas para que el espectador pudiera ver al Hastings en posición fetal recitando como un mantra “Maricones, al armario”. Delante de él, una enorme flecha de tres metros con la punta indicando el interior en cuya base había un poste con un cartel que decía “Volved a los orígenes. Ya está bien de mariconadas”. En la parte de abajo del cartel, había un horario en el que el Hastings saldría del armario y haría una performance.
Y efectivamente, según el horario indicado, mi amigo salía del armario y recorría muy ceremonialmente la flecha en sentido inverso hasta llegar al cartel para, una vez allí lanzar una soflama contra el arte moderno y en favor de la gramática clásica. Acabada la soflama instaba al público circundante a que se metiera con él en el armario, “La feria se va a quedar desierta”, gritaba partiéndose de risa.
Harry nació en Redding, estado de Connecticut. Su madre, Helena Hidalgo, nacida en San Lorenzo, Paraguay, estudió en la Escuela Agraria donde conoció a Henry Hastings, ingeniero agrónomo que le daba clases. Se enamoraron, se casaron y se vinieron a Connecticut para formar una familia numerosa integrada por cinco hermanas, “yo incluida”. Harry Hastings estudió Lingüística “Degenerativa”, según él, en el Trinity College y Literatura Comparada en Yale. El niño era un cerebrito que se pasó por la piedra a la flor y nata de la intelectualidad gay, “me encanta la gramática conectiva”. Acabados sus estudios de postgrado, se marchó, como no podía ser de otro modo, a la costa Oeste de EEUU donde estuvo diez años como profesor en la universidad de San Francisco…
2 comentarios:
Un día, se le parece bien y llegase la ocasión,debería presentarme a algunos de sus amigos y por supuesto a usted
Me río mucho cuando escribe así.
Un abrazo
I-Mi amigo el Hastings está ahora de profesor emérito en la Universidad de Yale,dando clases de lingüística "sintrónica" según sus palabras. "El sintrón es la única droga que ahora tomo".
La última vez que estuve con él, le pedí que me dejara asistir a una de sus clases.
¡Una experiencia ciertamente religiosa!Ante una clase repleta de almumnos abducidos,el Hastings desmenuzaba los más alambicados conceptos lingúisticos con artes de brujo. La inteligencia hecha humor sutil.¡He aprendido tanto de él!
II-No tendría inconveniente en presentarle al Hastings.El único inconveniente soy yo, un tipo sin interés alguno.
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