miércoles, 16 de marzo de 2011

DEL AMOR Y DE LA MUERTE. OI PLUROI.




… Eslabón anónimo en la cadena del tiempo, soy una sucesión de nombres que no recuerdo. No importa. En algún instante de la infinita cadena, mi nombre tuvo que asociarse a un rostro que fue amado por quienes amé. Eso es lo esencial. Ser fijado en el tiempo por el amor. Gracias a él, los mortales quedan firmemente anclados a la realidad. Se ven sometidos a una vivencia extrema que les exige cantidades enormes de energía. Se vive más porque se libera más energía, lo cual hace que el tiempo se comprima. A los amantes cualquier tiempo les parece poco, tanto el del encuentro como el de la espera. Pasado y futuro se embisten de forma brutal en un presente cuya duración es nada.




Por otro lado, el amor de los hijos nos dilata en el tiempo. Habitamos sus recuerdos hasta perdernos en el olvido y ser sólo un nombre sin sustancia que alude a pasado remoto, “mi bisabuelo”, “mi tatarabuela”, nombres que sirven al vivo para tener una ligera conciencia de la profundidad del tiempo. Para vivir su vida, la memoria de los vivos tiene que ser necesariamente limitada a los seres más próximos. Los griegos llamamos a los muertos, Oi pluroi, “los más”. Con ello afirmamos la imposibilidad de caber todos en los recuerdos de los vivos. Así debe ser. Se vive siempre para el futuro.




A medida que recordamos más, la muerte empieza a arrebatarnos, a llevarnos hacia el pasado que es su territorio. Pero el tiempo no es lineal. Serpentea por meandros y pliegues y convierte el fin en principio. “En mi principio está mi fin”. No es extraño, pues, que el moribundo sostenga conversación con sus seres primigenios, la madre nutricia o la sombra protectora del padre y eso es porque, cargado ya de muerte, vuelve al origen y allí se perpetúa un poco. De ser un rostro visible y acariciable pasa, primero, a difuminarse, a ser una fotografía que nos cuesta cada vez mas sentir, (sabemos quién es pero su lejanía nos asusta), para después ser un nombre evocador de trozos de tiempo que contamos a nuestros hijos, que escuchan nuestra narración provistos sólo del sonido de un nombre sin rostro, que no les dice nada porque justo ahora está pasando a ser nombre puro, sin cualidad alguna que lo distinga y clave en el tiempo y así pasa a ser número e ingresar en la anonimia del mundo de los más. Oi pluroi.




Sucede también que los mortales sueñan a menudo con rostros de seres vivos que tienen nombres diferentes. A menudo hablan de la angustia que les produce esta confusión. Son juegos de amor y tiempo. No saben que, en el fondo, se complacen en meter nombres y rostros en un mismo saco para que el azar establezca aleatoria combinación. Estos sueños hablan de la necesidad de vivir varias vidas, de engañar un poco a la muerte usando identidades distintas. Al jugar a ser múltiples es como si durasen más. De igual manera, estos sueños se oponen a la rigidez monoteísta de la personalidad, muy interesada en la construcción del individuo para derramar sobre su cabeza toda suerte de pecados y prohibiciones. Mientras más individuales, más culpables y, por tanto, más manejables…




(Extracto de “El Porquero de Agamenón”)




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