lunes, 16 de agosto de 2010

OBJETOS REACIOS,CASAS,PECES.











Pintar o hacer obras en una casa significa ingresar en el caos. No tengo nada contra el caos cuando soy yo quien lo origina. Pero pintar o hacer obras en una casa significa ingresar en el caos del otro; pintor, albañil, fontanero… que hacen su trabajo en medio de un pandemonium de objetos y muebles que flotan como pecios de un naufragio. Hay mucha gente, amas de casa aburridas sobre todo, que están todo el día imaginando o haciendo cambios en la casa.





Cuando no una obra es la pintura, cuando no un cambio total de muebles y lugares, unas cortinas nuevas, unos muebles nuevos o una nueva figurita que poner en la atestadísima mesita vestida con faldón a juego con las cortinas y el sofá. Todo a juego. Ningún contraste, ninguna disonancia. Usan la casa como pretexto para comprar y estar la mayor parte del tiempo fuera jugando a las casitas. No dejan que la casa se repose como el arroz y vaya adquiriendo su propia personalidad. La casa lo sabe y se venga. Se vuelve incómoda, adquiriendo un aire circunstancial de exposición de tienda de muebles.





Cuando uno visita esas casas, la dueña tiene un aire indefectible de vendedora eficiente y autosatisfecha. Siempre bien visible la colección de revistas caras de decoración y moda. Particularmente esclarecedor como crisol de la personalidad de una casa es el dormitorio conyugal. Hay dormitorios cálidos y amables que huelen a sexo cocinado a fuego lento y hay otros de los que he huido espantado por la ausencia absoluta de actividad sexual. “Aquí no se folla y si se folla es con la luz apagada que es otra manera de no follar”, parece decirme una impoluta cama de matrimonio que no es cama propiamente sino catafalco sobre el que a veces pende un dios crucificado y mirón. ¡Qué triste crucificar a un todo un Dios y convertirlo en voyeur profesional!

Cuando visito alguna casa de ese tipo con cama de matrimonio impoluta al fondo, ganas me dan de desgarrar salvajemente el conjuntado vestido de la dueña, arrancarle a mordiscos las bragas y el sostén a juego y penetrarla sin miramientos. Pero esto es sólo un sueño de salvación donde yo mismo me arrogo el papel de benefactor de la humanidad. Lo más probable es que la señora de la casa sea un atentado contra la lujuria en cuyo caso no sueño y me largo en cuando puedo.




Cierto que una casa es fiel reflejo de sus moradores pero también es algo más. Se puede comprobar fácilmente a través de los objetos reacios. Los objetos reacios pertenecen a una clase minoritaria y selecta de objetos desobedientes a la voluntad de los dueños. Son objetos insumisos cuya colocación jamás nos dejará satisfechos. Dichos objetos no pertenecen propiamente a los dueños sino a la casa que no se sabe por qué ha decidido adoptarlos. Cuando esto sucede, los dueños inteligentes y sensibles abandonarán al objeto reacio a su suerte. El objeto adquirirá inmediatamente un aire absoluto de desarraigo. Hasta que un buen día, que pueden ser meses o años, te levantas por la mañana y cuando vas a abrir la cafetera que iniciará los movimientos automáticos del ritual del desayuno, una fuerza descomunal te obligará a dejar la cafetera a medio abrir y te llevará como un rayo a coger el objeto reacio y colocarlo mecánicamente en un lugar. Tú no eres tú. Eres la casa que se ha valido de tus pies y de tus brazos para trasladar el objeto reacio al lugar exacto que adquirirá en ese momento la condición de peana. Cuando los dueños son inteligentes y sensibles, a las casas les gusta mucho tener algunos objetos reacios que a veces colocan y a veces no. Esto sucede porque esas casas son peceras con objetos que flotan y se mueven como forma de sentirse vivas.

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