Todos sabemos que los ingleses tienen muchos defectos por los que concitan justamente un odio unánime y sin excepción. Su soberbia no tiene límites. Su acento british, cuando quieren marcar distancias, resulta estomagante y su pésimo gusto es clamoroso. El bombín, el bastón y el traje oscuro del gentleman son argucias para no someterse a la tortura de elegir. Si tuvieran que seleccionar por sí mismos una camisa, unos zapatos o el más nimio complemento, se vería a la legua que son unos horteras irremediables. Ante lo cual sólo caben dos opciones; comprarse toda la cultura francesa con el Larousse incluido o fabricarse un uniforme y venderlo como si fuera el no va más de la elegancia. Ellas, por cuestiones femeninas obvias, lo tienen mucho más difícil cuando deciden tocar sus lindas cabecitas con pamelas y sombreros imposibles.
La gran virtud de los ingleses es su pragmatismo. Se conocen muy bien. De ahí el humor tan exquisitamente cruel que usan contra todo el mundo empezando por ellos mismos. Como saben que jamás llegarán a ser Petronios, se inventaron un uniforme que les evita perder un tiempo precioso que han dedicado a conquistar el mundo y a hacer del mal gusto un rasgo de su tradición. Como el cambio de guardia de Buckingam Palace. Todo muy british.Tan british como no tirarse a la piscina cuando juegan al fútbol y no irse por las ramas a la hora de escribir. Los profesores británicos suelen ser claros y concisos. No necesitan hojarasca inútil para rellenar folios como suelen hacer los profesores de por aquí, maniáticos de escribir cuarenta farragosas páginas para lo que se podría decir en una. El otro día mi hija me sometió a la tortura de leer un párrafo de un manual de periodismo sobre “¡¿lecturabilidad?!”. Juro por todos los dioses que empecé a preguntarme qué horrendo trauma le había provocado en su infancia porque yo no creía merecer semejante castigo. No me enteré de nada. La sonrisa maliciosa de mi hija confirmaba la infranqueable fractura entre el seudotexto y cualquier persona culta con dos dedos de frente. Vivimos bajo la tiranía de los tecnoburros, maestros en el lenguaje cantinflesco de no decir nada. Los ingleses, en cambio, van al grano con todas las consecuencias. Extraordinariamente conscientes de que su lengua es la universal, quieren ser entendidos en cualquier rincón del imperio a cualquier precio. El doctor Laughton era un caso modélico. En él convivían en plena armonía el rigor científico y una cierta frivolidad en el modo de decir, no exenta de humor. Frases bien construidas y palabras sencillas. Laughton era la personificación del dicho cervantino de “enseñar deleitando”, lo cual hacía que pudiera leer su obra en inglés sin ninguna dificultad acompañado siempre de una gratificante sonrisa.
6 comentarios:
Interesante ensayo sobre la psicodinamia británica,sir Porquero.
Salu2
Muchas gracias.Una parte de mi alma es británica por no hablar de mi aspecto germano-británico.
Sr. Porquero:
Elogiar a los ingleses es políticamente incorrecto, al menos por estas latitudes.
A mí hay muchas cosas que me agradan de ellos: precisamente su sentido del humor y su claridad. Por no hablar de los cuentos de Saki, las obras de Shakespeare, los textos de Russell, la música de The Beatles, King Crimson, Pink Floyd, Purcell, Tallis y Britten. No conozco Londres, pero me han dicho (lo he visto en fotos) que es una ciudad hermosa.
Un saludo.
Efectivamente,señor Colucci,Londres es una ciudad hermosa con magníficos edificios,soberbios museos de entrada libre como el Britsh museum o la National Gallery,parques muy tranquilos como Hyde Park, buenos músicos por doquier y un paisaje humano diverso y múltiple.
Como toda ciudad y todo paisaje humano tiene sus luces y sus sombras.El paraiso no existe.
Cuando se vive un tiempo allí, la vida se ve de manera diferente.
Muchos corsés desaparecen. El primero de todos, es del paisaje humano.
Saludos
Y también supongo cuando se vive en Madrid,Bercelona,Nueva York...
Los ingleses no me son en absoluto ajenos.Tuve muy agrdables conversaciones con mi maestro el profesor Laughton que me enseñó mucho de los ingleses y de cómo nos veían a los españoles.
Siempre hay en cualquier tópico una pequeña parte de verdad.
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