viernes, 29 de junio de 2012

EL VERANO COMIENZA.


El principio del verano es horrible para mí desde cualquier punto de vista, sobre todo en lo que concierne a la escritura. Mi mujer deja de dar clases de pintura en el centro cultural, mi hijo deja de ir al instituto y yo debo compartir cada metro cuadrado de la casa con ellos. Si no caigo en el pozo negro de la depresión es porque mi alma, a mediados de junio, comienza a  excretar un caparazón cartilaginoso que, al solidificarse, adquiere la dureza milenaria de una tortuga. Pero esto sólo ocurre a principios de julio, cuando la casa y yo nos hemos acostumbrado a la presencia de nuestros seres queridos y extraños. Mientras tanto, todo es un llanto y crujir de dientes.

Es muy duro adaptarse a la pérdida del paraíso que comienza por la mañana temprano y se continúa hasta bien entrado el mediodía cuando llega mi mujer con la hora justa para preparar la comida y yo deberé dejar la escritura para recoger a mi hijo en la rotonda del supermercado de abajo.

Mi hijo bajará caminando muy recto por la empinada cuesta acompañado de su amigo y yo llegaré con el tiempo suficiente para darle una visual a las revistas del kiosco de la argentina mientras entablo una conversación rápida con ella o con la chica que viene a sustituirla, justo cuando una larga retahíla de adolescentes empieza a pasar en perfecto orden.


Primero vendrá una pareja de inglesas rubias con unas piernas muy largas, después un chaval con el cuerpo en plena formación que juega al baloncesto en el polideportivo, seguido de dos hermanos gemelos con un corte de pelo a lo monje medieval y un póquer de chinas más una negrita muy elegante, tocada con una boina que a mí me recuerda a la negrita de “Una historia del Bronx” de Robert de Niro. Ni que decir tiene que el instituto de mi hijo está en un pueblo turístico de la costa del sol y del ladrillo y que a mí, no sé por qué, me gustaría que tuviera una tierna historia de amor con la negrita de la boina.

Lo normal es que inmediatamente después aparezcan mi hijo y su amigo sin haber reparado lo más mínimo en la elegancia neoyorquina de la negrita. Lo más normal también es que, tras haberse dicho adiós, mi hijo me pregunte si hemos comido, lo cual es una manera como otra cualquiera de decirme que se sentiría más cómodo comiendo a solas con su programa favorito de televisión y no con los telediarios de muertes y accidentes.

No es que su madre y yo nos pongamos trágicos a la hora del almuerzo. Es que, por un rito ancestral, solemos comer con las noticias y, como somos animales de costumbres, necesitamos un tiempo para darnos cuenta de lo que estamos viendo y cambiar abruptamente a los documentales de la dos que nos aseguran una paz gastronómica duradera. Todo esto viene a cuento para decir que mi alma se serena a partir de las mañanas de mediados de septiembre en que regresan mi mujer y mi hijo a sus tareas educativas.

Con las tardes no tenemos la casa y yo mayores problemas. Los seres extraños y queridos de las mañanas de principios del verano transmutan en habitantes naturales, porque la tarde, en cualquier estación del año, siempre ha pertenecido al hogar, que es la transmutación de la casa como continente y de sus habitantes como contenido en lo que comúnmente viene a llamarse familia o unidad familiar.

Las tardes son muy parecidas durante todo el año. Mi mujer se quedará en casa o volverá al centro cultural, según, mientras  mi hijo y yo compartiremos la casa, él con sus estudios y su ordenador en el salón y yo con mi ordenador y los libros de historia en la habitación donde escribo. Los lunes, miércoles y viernes, saldremos de nuestros respectivos cubículos con nuestras bolsas de deporte respectivas para jugar al ping pon y entremedias dedicaremos un tiempo sagrado a pelearnos y a reconciliarnos.

Porque esa es otra. Mi hijo está en plena adolescencia y yo estoy ingresando a marchas forzadas en la senectud. Está claro que no es lo mismo un viejo de sesenta años que un tipo maduro de cincuenta y ocho como yo que, gracias a los eufemismos que tienen la virtud de no llamar a las cosas por su nombre, puede concederse a sí mismo un largo periodo de gracia.

El caso es que, aunque mis fuerzas reales van menguando mientras que las de mi querido hijo aumentan a pasos agigantados, el choque de machos adquirirá una mayor virulencia, sobre todo cuando atacan, al unísono y en tropel, las primeras calores húmedas, el primer suspenso de mi hijo, el primer descanso largo de mi mujer, el primer llanto de la mañana del niño cabrón (así lo llama su padre) de al lado, los primeros balonazos de los hijos del exfutbolista que confunden inocentemente el idílico césped del jardín comunitario con un campo de fútbol y la primicia de que mi hija mediana se viene a vivir una temporada a mi casa para estar más cerca de la feria del pueblo.


Mi hija mediana vive con su madre en una urbanización perdida en el monte que fue reserva natural y que, aun hoy, reserva ciertas sorpresas del monte perdido que fue gracias a un sinnúmero de ciempiés, erizos y alguna que otra serpiente.

Si a esto le añadimos la localización de un fontanero para que venga a arreglar el cuarto de baño, la búsqueda, al principio infructuosa, de una profesora de francés para mi hijo, los impuestos que debo pagar en oficinas ruidosísimas con un inclemente teléfono a toda pastilla que nadie coge, las matriculaciones de inglés de mi hija en colas de cuatro horas y a la mañana siguiente vuelta a la matriculación de mi hijo, más la compra imprevista a la hora de comer en domingo de unas pilas porque el termo no funciona, uno puede pensar que es normal que mi alma se resquebraje tras un periodo de paz consolidada a lo largo de las tres estaciones que abarca el calendario escolar.

El desplome de esta alma mía se manifiesta ostentosamente en  la imposibilidad de escribir un solo párrafo que no se vea interrumpido por algún percance casero o exterior, como por ejemplo ahora que me he tenido que levantar para abrir la puerta y encontrarme con una pareja cursi de testigos de Jehová, provista de niña tipo “casa de la pradera” que me entrega con sus manitas virginales un folleto donde se me invita a un evento premonitorio que dice así:

“¿Se imagina despertar cada mañana libre de preocupaciones? Pues eso es precisamente lo que nos promete nuestro Padre celestial, Jehová Dios, para el futuro. ¿Le gustaría saber cómo se cumplirá esta promesa?”…

Sí, es muy posible que algún día me vuelva loco por saber cómo se cumplirá esa paradisiaca promesa pero, por ahora, debo regresar al párrafo interrupto para ponerle punto y final.









miércoles, 27 de junio de 2012

MERCADOS.



Deprimidos, reprimidos, inhibidos, desconfiados, recelosos, sospechosos, temerosos, desconfiados, asustados, temblorosos, espantados, a la expectativa, en verde, en rojo, sentimentales, sensitivos, sensibles a la baja, al alza, esperanzados, animados, alegres, eufóricos….

¿Por qué no sustituimos a los economistas (incompetentes, ineficaces, invidentes) por sicoanalistas, siquiatras, sicólogos y meteorólogos (su índice de aciertos es incomparablemente mayor)?

lunes, 25 de junio de 2012

SIGLO XX CAMBALACHE


Decir que la calle, que principia en la farmacia y acaba más o menos por donde la escuela, la he recorrido miles de veces, es una forma como otra cualquiera de decir que pertenece a mi vida. La he recorrido de todas las maneras posibles, de arriba abajo y de abajo arriba, entrando desde la avenida paralela por los patios con arcos o viniendo directamente desde casa de mis padres.

La he recorrido con pantalones cortos y con pantalones largos, fumando y sin fumar, triste o alegre, a solas o acompañado por los hijos que permanecen y las esposas que ya no están. También la he recorrido con mis otros tíos y tías y con mis primos y hermanos y con mis padres cuando vivía con ellos o cuando ya sólo venía a visitarlos en las fechas de visitar y cuando podía, sobre todo, ahora en que recorremos la calle mi padre y yo mientras me habla de su soledad para siempre.

En esa calle vivieron juntas hasta el fin mi abuela, mi tía abuela y mi tía soltera que siempre fue una segunda madre. Mi madre primera, cuando me reconvenía, me mandaba a que fuera a ver a mi madre segunda que me reconvenía de la misma manera y con las mismas palabras, lo que atestigua de manera fehaciente la semejanza con que vivieron y trabajaron, pues ambas desempeñaron el mismo oficio de secretaria particular del señor gobernador civil de la provincia y del señor alcalde de la capital respectivamente. 

Mi tía soltera aún vive deslizándose sin remedio por la desmemoria y el olvido, pero yo digo que tiene un nombre griego que significa “la que habla bien”.

Y es cierto, mi tía siempre fue muy bien hablada y de voz tan bien timbrada que durante un tiempo cantó en el coro de la iglesia. También tiene mi tía una letra hermosa y antigua como una fotografía en blanco y negro.

No sé cuantos nombres habrá tenido la calle de mi tía. Lo único que sé es que el nombre oficial de la calle de hoy y el que aparece debajo no me son desconocidos.

Empecemos por el nombre espurio de Margarita Nelken. Sé que fue escritora y política durante la república, siendo la única mujer que salió diputada en las tres legislaturas. Se preocupó mucho por la infancia y fue una de las más importantes representantes del feminismo español de los años treinta. A pesar de ello, se opuso a que la mujer votara en 1931 por temor a que la incultura y la sumisión a la Iglesia la inclinaran a votar contra sí misma, como efectivamente sucedió en 1933.

Supongo que esta negativa tuvo que causarle a Margarita un íntimo dolor y mucha incomprensión. También sé que se exilió, como tantos, a México y se convirtió en una autoridad mundial en arte latinoamericano.

A don Antonio Ayuso Casco (no cometo indiscreción alguna pues su nombre da nombre oficial a la calle) lo conocí y padecí un poco en la escuela que está al final de la calle de mi tía.

Nunca llegó a darme clase para mi bien y el bien  público y notorio del alumnado de la Escuela Aneja del Magisterio. Creo que, al ser director perpetuo, estaba exento de dar clase y de incordiar a los alumnos.

Ni que decir tiene que los tiempos, en que se cumplió mi tiempo de escuela, además de perpetuos, fueron duros, estrictos y rígidos. Para todos. También para los niños de las escuelas públicas saturadas de consignas militares, himnos patrióticos y rezos.

(Todavía recuerdo con angustia los cines cerrados y la televisión única, abierta tan sólo a oficios religiosos durante las vacaciones de Semana Santa).

Yo tuve la suerte de tener un maestro amable al que adoré durante mucho tiempo. También tuve unos padres que me quisieron mucho desde una infancia durísima de posguerra.

No puedo decir que don Antonio Ayuso fuera una mala persona en absoluto. Es muy posible que fuera como tantos que vivieron bajo la dictadura. Muchos porque no había más remedio y los más porque creían que era lo mejor. En todo caso don Antonio Ayuso me era un poco antipático por redicho. Fuera en el paraninfo durante el acto de apertura del curso, fuera por los pasillos de diario o en el patio, siempre iba diciendo: “Niño, no incordies”.

Caminaba como si todo él fuera un acto de contrición permanente y juntaba las manos como los niños cuando hacíamos la primera comunión. Aparte de los actos académicos, Don Antonio Ayuso adquiría un protagonismo singular cuando entrábamos en el mes de mayo, el mes exclusivo de la virgen María.

Decir que la calle de mi tía soltera pertenece a una ciudad de provincias del interior, es una manera como otra cualquiera de decir que hace mucho calor en mayo y que, por la tarde, cuando volvíamos recién comidos a la escuela, nos entraba una modorra espesa y unas ganas infinitas de dormir.

En un salón nos esperaba don Antonio Ayuso, armado de misal y rosario, para celebrar el mes de mayo a María a la que cantábamos canciones monocordes y tristes. También le llevábamos flores y algodón blanco para que se sintiera cómoda entre las nubes. Nunca como entonces tuve una idea tan aproximada de lo que pudiera ser la inclemente eternidad y el aburrimiento infinito. Nunca la sangre infantil, revuelta por la primavera, protestó tanto.

Hace mucho tiempo que don Antonio Ayuso Casco dejó de rezar el santo rosario en el mes de mayo y de vivir en la misma calle de mi tía soltera. Quizás por eso y por ser un probo funcionario le pusieron su nombre a la calle de Margarita Nelken. Margarita se fue y don Antonio se quedó. Hay un tiempo problemático y febril en que todo se iguala.

Esta mañana he recorrido, una vez más, la calle de mi tía con mi padre. Mi padre, todos los días, le lleva los periódicos y la cuida. Antes de entrar he tomado la fotografía. Hemos subido, nos hemos sentado y hemos hablado un poco. He tomado el libro de rezos de mi tía y he leído una oración en voz alta.

Mientras Margarita Nelken se exiliaba a México, mi madre y mi tía se quedaron. No se conocieron nunca aunque hubo un tiempo que compartieron. Es posible que Margarita dejara de rezar muy pronto. Mi tía y mi madre no.

Después del tiempo cambalache, viene un tiempo en que todo se asienta y distingue. Es un tiempo anterior al tiempo único y verdadero del olvido. Mientras tanto, Margarita, mi madre y mi tía pertenecerán para siempre al tiempo en que la mujer empezó a salir de casa para ir a la oficina.





miércoles, 20 de junio de 2012

LOS IDIOTAS. CLASIFICACIÓN Y DOS CUESTIONES ANEXAS.


Los idiotas se dividen en dos grandes grupos:
Los idiotas propiamente dichos y los muy idiotas.


*Los idiotas propiamente dichos son obedientes y sumisos. Muy fáciles de dominar y domesticar.

*Los muy idiotas son también obedientes y sumisos. Se distinguen de sus congéneres en que son imprevisibles. Tan pronto están en un sitio como en su antípoda. Esta imprevisibilidad los puede hacer sumamente peligrosos. Uno nunca puede confiar en ellos.

Cuestión I- A tenor de lo dicho, averiguar a qué grupo pertenece el señor presidente del gobierno.

Cuestión II- Suponiendo que las actuales condiciones económicas sigan su curso natural (que todo vaya a peor) calcular el tiempo que le queda al señor presidente del gobierno hasta ser sustituido por una cirujana de hierro.

lunes, 18 de junio de 2012

EL SEÑOR PINOCHO Y EL FÚTBOL.



Antes de ir al fútbol, el señor Pinocho se dijo:
Recapitulemos. La solidez y la consistencia de los pilares, en que mi nariz se asienta, me permiten aún un número considerable de mentiras. No en balde fui fabricado en Berlín con diseño italiano. Bien es verdad que no todas las mentiras son igual de gordas y que por ello, a partir de ahora, deberé extremar las cautelas. Una cosa es el mercado interno, más relajado y tolerante, y otra, por lo que veo, el mercado internacional. Estos pueblos calvinistas del norte son demasiado cuadriculados y estrictos. Siempre están supervisando y controlando todo, hasta el más mínimo detalle, con sus naricillas de perros sabuesos. Con ellos no se puede tener un desliz, un pecadillo inocente, echar una cana al aire, darse un gusto, en definitiva.
Y mi gusto es el fútbol. Me gusta muchísimo el fútbol. Los domingos y todos los días de la semana. A cualquier hora y en cualquier lugar. Es mi único esparcimiento. La única válvula de escape que tengo en estos terribles meses en que no consigo transmitir que somos un país serio y que estamos haciendo lo que hay que hacer.
La prima de riesgo me está matando. ¿Quién me iba a decir a mí que no iba a disfrutar de ningún momento de asueto desde que gané las elecciones? Además me mintieron. Me mintieron todos, empezando por los más amigos y poderosos. No se salva nadie. Me dijeron: “Tú, gana las elecciones, que ya verás como el panorama se despeja inmediatamente”. Bueno, no me dijeron exactamente eso, pero tampoco nos vamos a poner exquisitos a estas alturas con la que está cayendo.
El caso es que no paro de reunirme a todas horas, de hablar por teléfono, de viajar de acá para allá sin ton ni son, con el agua siempre al cuello y encima los periodistas dándome caña porque no les doy titulares. ¡Que se busquen ellos los titulares! ¿Qué quieren? ¿Que les haga yo también su trabajo con el trabajo que tengo?
Necesito descansar. ¡Dios mío! ¡Como me relajo viendo las maravillosas jugadas de nuestros jugadores con el estadio rugiendo! ¡Como quiebran a los contrarios, cómo les mienten y engañan mostrándoles la pelota para después ocúltasela y enviarla al sitio más inesperado!¡Qué placer fumarse después el puro de la victoria en la paz del hogar, rememorando en la pantalla lo que mis propios ojos han visto en el estadio y decirme a mí mismo: “Sí, sí, tú estuviste allí, en primer plano, haciendo historia, gritando gol con todas tus fuerzas, sintiéndote masa con la masa, liberado de ti mismo y de tu pesada carga!”
¡Si supieran los sufrimientos y amarguras que acarrea la ingrata tarea de gobernar! Cinco terribles meses comiendo a deshora, sin apenas dormir, teniendo que mentir a diestro y siniestro por obligación. (También porque me lo pide el cuerpo. No me voy a mentir a mí mismo, faltaría más). Menos mal que la nariz, mi compañera fiel, no me abandona. Gracias a ella, jamás he sentido eso que dicen de la soledad del poder. Su prominencia y longitud hacen que, al ver enfrente de mí su punta, se convierta en el interlocutor ideal, dispuesta siempre a comprenderme y a absolverme de todo sentido de culpa.
Anoche cuando, por lo visto, la presión externa para que diera una conferencia de prensa se hizo insoportable, puse a trabajar a mis asesores con un mensaje muy claro. “Convertid el rescate y la intervención en cualquier cosa que no sea rescate ni intervención. Quiero asistir al partido a cualquier precio”.
El más atrevido de ellos me dijo: “Corre el riesgo, señor, de pasar por estúpido y mentiroso”. “¿Por qué estúpido?” Pregunté obviando lo evidente. “Lo más seguro es que, cuando acabe la comparecencia ante los medios, sus palabras sean refutadas desde todas partes y todo el mundo se preguntará cómo es posible que, sabiendo, como sabe, que no dice la verdad, se arriesga a destrozar una imagen ya de por sí deteriorada”.
-¿Y?
- Deducirán que es usted un mentiroso compulsivo o un idiota, o las dos cosas al mismo tiempo.
Tiempo era lo único que necesitaba. El suficiente para que la mentira tarde un poco en ser descubierta y me permita asistir al encuentro en Polonia sin sobresaltos. He seguido al pie de la letra las instrucciones que me dieron. Por ellos me he contradicho cuantas veces han sido necesarias. No me cabe la menor duda de que me absolverán. El tiempo corre muy deprisa y el olvido también. Tanto que el que me precedió está perdiendo ya su estigma.
Acabo de leer en la salita mi declaración. En ella afirmo que es un éxito rotundo lo que no es. Por otro lado los eufemismos, que han usado mis asesores para no llamar a las cosas por su nombre, me parecen muy acertados. Sólo falta que yo me lo crea. En eso no hay problema. Los pilares en que se asienta mi nariz son consistentes y sólidos. Al fin y al cabo, tan sólo se trata de ganar un poco de tiempo para el partido y mañana será otro día. El tiempo corre muy rápido y yo despareceré sin dejar rastro.












viernes, 15 de junio de 2012

GERMANEUROPA.



Desde sus estados federales del Norte vendrán puntuales, trabajadores y orgullosos para tomar posesión de sus colonias a las que llamarán Estados Federales del Sur y, cuando lleguen al sur del Sur, tomarán el sol a raudales, beberán cerveza hasta saciarse, conocerán a nuestras mujeres y ya no querrán regresar. Habremos ganado. Una vez más.

miércoles, 13 de junio de 2012

LINGÜÍSTICA APLICADA.



Asturias, Grecia…A cada uno hay que hablarle en su lengua. Si ellos nos meten el miedo en el cuerpo, ¿por qué no vamos nosotros a inundarles su despiadada alma de pánico? Tomar la calle es el acto lingüístico más revolucionario.


lunes, 11 de junio de 2012

DE LA PALABRA Y LOS OBJETOS.


Desposeído desde la cuna de todo lo que iba a ser suyo, tuvo que construirse a partir de la palabra.

viernes, 8 de junio de 2012

FÚTBOL Y ESTÉTICA.


Era un esteta. Además amaba el fútbol sobre todos

los deportes. Ante la imposibilidad de ser jugador,

se hizo árbitro y fracasó. No podía evitar dar como

legal un gol bellísimo en fuera de juego.

miércoles, 6 de junio de 2012

EL HOMBRE DE LOS TULIPANES.



Desde las antiguas cordilleras del Pamir y del Hindu Kush, prolongaciones del Himalaya, mucho camino tuvieron que recorrer los tulipanes para aclimatarse al calor extremo de la ciudad de provincias donde nací.
Mucho tiempo tuvo que pasar también para que naciera el hombre que, por primera vez, plantó unas flores tan exquisitas en una barriada de pobres.
En los años cuarenta, las inundaciones de Valencia y Sevilla obligaron a las autoridades a realojar a las gentes afectadas en nuevas viviendas que se construyeron al amparo de unos decretos leyes. Posteriormente sirvieron para levantar en la ciudad donde nací una barriada de casitas adosadas que absorbieron la pobreza concreta de una inundación terrible y la pobreza general de unos tiempos duros.
Desde mucho antes, el hombre de los tulipanes ejercía de funcionario en una anónima oficina del ayuntamiento donde también trabajaba su mujer. Además de secretaria particular de los sucesivos alcaldes, se encargaba de pasar a máquina las actas de las reuniones de unos concejales elegidos a través de unos tercios extraños que a mí, en aquella época, me resultaban tan familiares. Gracias a las reuniones consistoriales, me ejercité en el ritmo y en la prosodia. Gracias a la secretaria discreta y fiel, aprendí los entresijos de la ortografía y la puntuación, tan esenciales para orientarse por los laberintos de la escritura.
Mientras tanto, el anónimo funcionario recibía el encargo que lo sacaría para siempre de la oscuridad. Debía administrar las ochocientas casitas que se asentaban humildes sobre una loma,  tan lejos del centro.
El funcionario se aplicó con perseverancia y tenacidad a su nueva función, esmerándose en la limpieza de sus calles estrechas e inclinadas, en la pintura de las fachadas, en el cuidado del mobiliario urbano, arreglando incluso  los desperfectos domésticos. Por navidad instaló el mejor y más grande Nacimiento al que acudía la gente que se desplazaba del centro de la ciudad. También organizó la cabalgata de Reyes a la que agregó la presencia numerosa y alegre de setecientos borregos.
Un buen día se puso a leer revistas de jardinería y descubrió los tulipanes. Se propuso traerlos. Nadie en la pequeña ciudad de provincias en donde nací había plantado jamás la flor de los seis pétalos y los seis estambres.
En aquella época, la vida de una pequeña ciudad del interior era monótona y gris, como gris y monótona se sucedía la historia de un país presidido por un general en blanco y negro.
Lógico era que el anónimo funcionario  buscara inconscientemente la luz y el color.  Lo leyó todo, se documentó minuciosamente, trajo los bulbos y fue probando una y otra vez hasta conseguir que los tulipanes sugieran elegantes y naturales de unos macetones enormes que instaló en las plazas de la barriada. Fue así como el hombre de los tulipanes hizo de una barriada para pobres, una urbanización de ricos.









lunes, 4 de junio de 2012

EL RESTAURANTE CHINO DE LA CHINA ANTIPÁTICA Y YO.


En la época feliz del ladrillo, mi casa antigua daba a un bloque de apartamentos atestados de bares en la planta baja. Los bares se dividían en dos. Los nacional-populares y los extranjeros.

Los nacional- populares vivían del pescaito frito por la noche y por el mediodía de un enjambre de obreros de la construcción que no dejaron un palmo de terreno sin edificar.

Los bares extranjeros eran pubs ingleses que compartían clientela con un restaurante chino regentado por una china antipática y con un bar ambiguo de un iraní demasiado simpático que me tocó de vecino. El simpático iraní organizaba fiestas públicas en el bar y jolgorios privados en el apartamento de arriba. El apartamento de arriba anteriormente había sido ocupado por una pareja inglesa que tenía la costumbre de emborracharse en el bar de abajo y pelearse en el apartamento de arriba a voz en grito, con rotura de vasos y alguna que otra bofetada, de manera que el iraní simpático del bar de abajo no hizo otra cosa que continuar la tradición del apartamento de arriba.

La clientela inglesa suele ser muy tradicional en sus costumbres que traslada con una facilidad pasmosa desde el norte frío al cálido sur. Es muy habitual ver sus cuerpos semidesnudos tostándose bajo el sol inclemente de agosto, cenando a las siete de la tarde o ingiriendo calorías innecesarias en sus grasientos desayunos.

Habida cuenta de que mis recursos económicos no me permitían sufragarme una estancia larga en Londres, como hubiera sido mi deseo, durante un temporada decidí aterrizar en los pubs de al lado de mi casa antigua. Mi caja registradora no se resintió y aprendí un inglés fullmonty más que correcto.

Con cierta frecuencia, la clientela inglesa cenaba en el restaurante chino de la china antipática. Los restaurantes chinos españoles se dividían, a su vez, en dos; Los chinos ingleses de la costa y los chinos españoles del interior. No  tienen nada que ver. Los chinos ingleses de la costa son mucho mejores que los chinos españoles del interior porque se asemejan mucho a los chinos ingleses de Inglaterra cuyo epicentro son los chinos-chinos del Soho londinense.

Por eso cuando, por cuestiones que no vienen al caso, debo comer en un restaurante chino, me fijo mucho si en el interior hay ingleses. Si hay sólo nacionales, me niego rotundamente. Si hay ingleses y españoles, me lo pienso muy mucho. Sólo si en el interior hay sólo ingleses, entro con el corazón tranquilo.

El restaurante chino de la china antipática cumplía con todos los requisitos para comer sin necesidad de tener el corazón en un puño, pero la antipatía de la china fue in crescendo con respecto a mi mujer y a mí. Para ser precisos, la china no fue antipática con nosotros antes de entablar relación con su hijo, que se llamaba como mi hijo e iban al mismo colegio. De hecho pudimos cenar sin problemas varias veces. Los problemas surgieron cuando el hijo empezó a venirse con nosotros. El pobre se aburría de merodear toda la tarde por los bares de la avenida y, como era amigo de nuestro perro que comía por triplicado en casa, en los pubs ingleses y en el restaurante de la china, se venía a casa con la excusa de traerlo.

Jamás volvimos a obtener mesa en el restaurante de la china que alegaba que estaba todo reservado. Así fue hasta que nos negó la entrada tres veces, a partir de lo cual pensamos mi mujer y yo que no podía ser casual.

La mente occidental es, desde luego, compleja y laberíntica, pero se queda en agua de borrajas si la comparamos con la mente oriental. Desde que practico el ping-pon con tenacidad y contumacia tres veces por semana, he podido apreciar las considerables diferencias entre la mente occidental y la oriental. Lo sé porque empiezo a notar un cierto achinamiento en mis ojos y a experimentar sutiles cambios mentales que me impulsan, esta vez sí, a coger el avión y trabajar como un chino en un restaurante chino en el Soho londinense.


viernes, 1 de junio de 2012

ARTE Y JUDEOCRISTIANISMO


“La creación es un acto de dolor ante el vacío”, dicen algunos artistas y creadores que necesitan lavar el sentido de culpa ante la sociedad por hacer de su trabajo, un placer.

A esos artistas, si son buenos, habría que decirles que estén a la altura de sus creaciones o que dejen de crear durante un tiempo para evitar convertirse en masoquistas.

 Y si son malos, habría que exigirles que abandonen inmediatamente su oficio, ingresen en un monasterio y se flagelen ad libitum.